Bioy Casares, el dorado lazo de la complicidad

La amistad es un sentimiento tanto más lúcido que el amor", sostiene un personaje del filme Invasión ­guión de Jorge L. Borges y Adolfo Bioy Casares, dirección de Hugo Santiago. Hacia 1966, los guionistas llevaban al menos tres décadas de cercanía, a razón de tres cenas por semana y miles de libros conversados. A veces aliada y otras excluida, orbitaba muy cerca Silvina Ocampo. Ellos dos habían hecho juntos otros guiones y creado la colección de policiales "El séptimo círculo" en Emecé. Bajo los seudónimos de Bustos Domecq y Suárez Lynch, apellidos que combinaban los de sus ancestros, habían publicado Un modelo para la muerte, Dos fantasías memorables y Seis problemas para Don Isidro Parodi, las pesquisas de un detective convicto en la vieja penitenciaría de avenida Coronel Díaz, y preparaban las Crónicas, reseñas apócrifas de obras inexistentes. A esa altura Borges se adentraba en la estima universal y Bioy, eximio autor de La invención de Morel y esa joya que es "El perjurio de la nieve", llevaba veinte años registrando cada pequeño comentario del amigo.



Publicado en 2006, siete años después de morir Bioy Casares, su Borges es uno de los acontecimientos de la literatura argentina de las últimas décadas. Sus 1.662 páginas prodigan hasta el delirio ese entre nos que unos pocos intuían en su obra en coautoría, aquello que el propio Borges festejaba en la intimidad de las mejores amistades, que "acaban por elaborar un dialecto burlesco, una tradición de espléndidas alusiones". Lo que le espera al lector del "Biorges", como pronto se lo llamó, es un torneo de fruición por la palabra: el retrato de dos amigos tentados hasta perder el aliento, que se ceban uno en el otro, se reconocen a escala de una sílaba y se esfuerzan en perfeccionar su exactitud.



Aunque se conocieron a comienzos de los años 30, estas memorias comienzan en 1947 y no se detienen hasta fines de 1985, cuando Borges parte a Ginebra. El hombre que sólo escribió relatos y ensayos breves, quien nunca llevó un diario y compuso una corta memoria a instancias de su traductor al inglés, Norman DiGiovanni, encontrará a su testigo en el joven acólito, su reverso en tantos órdenes, que con los años y las lecturas irá convirtiéndose en par.



El modelo literario de Bioy fue la Vida de Samuel Johnson, poeta, crítico y juez de la escena literaria británica en el siglo XVIII, escrita por su discípulo, el joven James Boswell. Su obra sigue considerándose la biografía cumbre dentro de la prolífica tradición inglesa. Borges le llevaba a Bioy quince años, Johnson a Boswell, el doble, pero al igual que el escocés, Bioy llevó un diario pormenorizado toda su vida, en el que las entradas sobre el amigo fueron adquiriendo espesor­ y lo primero que conmueve es su disciplina obsesiva. También siguiendo a Boswell, hizo una edición temática de sus diarios. Durante 1997 y 1998 trabajó con Daniel Martino, a quien le debemos la versión impecable.



Poco después de su aparición, algunos objetaron la desmesura superficial y ponzoñosa del Borges porque retrata al máximo narrador argentino pendiente de intrascendencias, enfrascado en las pugnas de la Sade y el chusmerío de los concursos, pero sobre todo, porque revela al conservador automático, de un individualismo y homofobia acérrimos (contra el excepcional Juan R. Wilcock, nada menos), a un insensible en temas sociales, el gorila que critica por módicos los fusilamientos de León Suárez, al resentido contra el peronismo ("Cuántas cosas pasaban por entonces: muerte de Evita, incendio del Jockey Club y de los comités, incendio de las iglesias. Ahora tiene que seguir pasando algo, para que no parezca que la vida se ha detenido", 1956).



Sin embargo, también por eso se trata del legado memorialista más importante que un escritor haya hecho a la literatura argentina, junto con los Testimonios de Victoria Ocampo, que son su antimodelo. Si Victoria compone la flecha del tiempo a partir de la primera persona del singular, él escribe en espejo de ese tercero, mayúsculo y a la vez, par perfecto para su contravoz. No se propone pulir medallas sino dar testimonio: es el amigo que celebra la fortuna de haber pisado la misma vereda, la visión de haber reconocido su genio antes que nadie, en los primeros paseos pedagógicos por las arboladas calles de Adrogué. Quienes sugirieron que Bioy concibió este libro para vincular su posteridad a la de Borges, pierden de vista que esta es una obra maestra propia, escrita por el autor de al menos dos novelas y veinte cuentos fantásticos directamente perfectos, y que su entrega a menudo lo lleva a supeditarse, a sabiendas de lo que se perdería si este tesoro anecdótico callara con su memoria: el Borges es obra de Morel, un museo de voces recobradas. Allí están el reencuentro azaroso con Estela Canto, a quien Borges dedicó "El Aleph", las breves descripciones de un ciego que no acierta en la letrina o el que le hace ascos al jabón. Mapa del campo literario, es un archivo de la lengua vernácula y un cancionero popular: ¿dónde, si no, se habría registrado esta joya, cantada con música de milonga, que hace estallar al dúo cómico? Yo quiero ser canfinflero Para tener una mina, Mandársela con bencina Y hacerle un hijo aviador, Para mayor gloria De la Aviación argentina.



Y es una caja de herramientas donde la alta y la baja cultura se entrechocan, burbujeantes, y se disuelven al cabo del día: curso de poesía y análisis de texto, manual de retórica, diccionario de dudas, junto al hallazgo callejero zonzo, como esta selecta página social: La señora Alvarez y su hija Anuncian al público y al clero Que han abierto un taller de chupar pijas En la calle Santiago del Estero.



Un diario se escribe con el afán de eternizar la anécdota y la opinión y poner el presente al abrigo de la memoria. En el Borges, la ironía y la voluntad de sátira ­modos lujosos donde se ponen a prueba los recursos de una lengua­ se potencian y duplican. Su mérito es justamente la pertenencia al género del diario, la comidilla de un escritor genial narrada por un estilista extraordinario, en el más amable de los géneros, la crónica ­y dentro del régimen del chisme, ese "relato indefendible", según lo llama Edgardo Cozarinsky. Nada hay más íntimo que el humor, esa vibración de códigos acrecienta el reconocimiento, el deleite en el otro, el lazo dorado que va de sus vidas a la invención y los libros.



En sus últimos años, cuando alguien le pedía que hablara de Borges, la expresión de Bioy cedía a la tristeza. Le remordía no haber podido acompañarlo, su muerte solitaria, tan lejos de su consuelo, tal vez una última broma suya hubiese podido salvarlo. El era lapidario en gran estilo, sin rebajarse a la maledicencia, pero atribuía a María Kodama haber instalado la frialdad y la distancia con él y Silvina, como si cortar el lazo hubiera sido requisito para apoderarse del trofeo. Entonces, si los ojos lo traicionaban, lo mismo que cuando se tentaba de risa, con ese modo tan suyo y raro que nunca vi en nadie, se los secaba con un movimiento furtivo de la mano, con el dorso en vez de la palma. Y al rato ya volvía a celebrar su suerte.







POR MATILDE SANCHEZ - Periodista y escritora

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1 comentario:

EMBRUJO dijo...

hola paso en la mañana de prisa y corriendo te sigo porque me interesa lo que veo aqui en este rinconcito parasé cuando tenga tiempo vale ? feliz dia saluditosssssssssss