El Aleph, Babilonia, Babel


Todos conocemos la trascendencia de los escritos de Borges en el universo literario de la cultura. Se sabe mucho menos de la actualidad que registran en el mundo de los científicos y en el hemisferio Norte. Es interesante por eso referir algunos ejemplos de la singular presencia de este argentino en libros, publicaciones y citas de personalidades de la ciencia que relacionan logros de su imaginación y su talento con propias disciplinas y problemas. Veamos tres ejemplos.


Primer ejemplo. A mediados del 2006, Francisco Walter Molina, un argentino Ph.D. en Systems Science que trabaja en la universidad de California en Los Ángeles (UCLA) publicó en "La Nación" una nota titulada "De El Aleph a internet", en la que muestra la insólita relación anticipatoria que manifiesta el cuento que Borges publicó en 1949 donde describe el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, con el origen de internet. Relataba el trabajo de un grupo de su universidad dirigido por el Dr. Leonard Kleinrock que abrió el proceso de la invención de internet. Fue el logro en 1969 de que dos computadoras conectadas a través de líneas telefónicas intercambiaran mensajes utilizando la técnica de "conmutación de paquetes" de información que constituyó el inicio de un curso complejo de pautas progresivas en fechas diferentes hasta los 90. Nuestro compatriota quería mostrar, por un lado, que el profesor Leonard Kleinrock es el padre indiscutible de internet (algo que confirmaría, anotamos, su obtención en el 2008 de la National Medal of Science). Por el otro lado, que "El Aleph", el famoso cuento en el que Borges desafiaba a sus lectores metiendo todo el universo y toda la historia en una esfera del tamaño de un ojo humano –sin saber que su observatorio de la calle Garay se convertiría en una realidad tecnológica– es una anticipación literaria providencial de lo que vendría a ser internet. "Jorge Luis Borges – escribe eufóricamente el doctor Molina en su artículo– es el primer nativo del continente americano que puede ser considerado junto con el italiano Leonardo da Vinci (1452-1519), el francés Julio Verne (1828 -1905) y el inglés H. G. Wells (1866-1946), uno de los precursores de los grandes avances tecnológicos del siglo XX". Cierra: "¡Qué observatorio formidable, señor Borges! Qué observatorio formidable, doctor Kleinrock!"



Segundo ejemplo. Steven Pinker, catedrático del Massachussetts Institute of Technology, psicólogo evolucionista, lingüista y miembro de la National Academy of Sciences, publicó en el 2002 un libro que en traducción lleva por título "La tabla rasa" y por subtítulo "La negación moderna de la naturaleza humana". Su capítulo 4, que se ocupa de la cultura (a la que define como "un fondo común de innovaciones tecnológicas y sociales que las personas acumulan para que les ayuden a vivir la vida"), está encabezado por una transcripción del párrafo inicial de "La lotería de Babilonia". Allí Borges presenta su historia con palabras memorables: "Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul, como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles. Miren, a mi mano derecha le falta el índice"… Pinker quiere hacer clara la metáfora. La lotería de Borges, explica, empezó como el juego familiar en que un cartón se lleva el bote. Pero, para aumentar el suspense, los organizadores agregaron unos pocos números que a quien los tenía en su cartón le suponían una multa, en vez del premio. Luego impusieron penas de cárcel a quienes no pagaran las multas, y el juego se extendió hasta convertirse en un sistema no monetario de premios y castigos. La lotería llegó a ser autónoma, ineludible, omnipotente y cada vez más misteriosa. La gente empezó a especular sobre su funcionamiento e incluso sobre si seguía existiendo. Pinker juzga que el relato borgeano, esa feliz metáfora de la lotería, "tal vez sea la mejor representación de la idea de que la cultura es una serie de roles y símbolos que descienden misteriosamente sobre unos individuos pasivos".



Tercer ejemplo. El físico Freeman Dyson firmó en la "New York Review" del 10 de marzo de 2011 un análisis del libro de James Gleick titulado "The Information: A History, a Theory, a Flood" (La información: una historia, una teoría, una inundación). Dyson comenta, luego de un amplio análisis de su parte histórica, la apreciación del libro sobre la existencia de dos visiones sobre el futuro del mundo: una, la de una infinita serie de secuencias de científicos explorando encantados una interminable oferta de información; otra, la de quienes –artistas y escritores entre ellos– ven nada atractivo un futuro en el que deban nadar en un mundo inundado de datos. "Una visión más oscura de un universo dominado por la información, escribe el físico de Princeton, fue descripta en el famoso relato "La biblioteca de Babel" por Jorge Luis Borges en 1941". El libro de Gleick tiene un epílogo titulado "El retorno del sentido" expresando la preocupación de la gente que se siente alienada de la cultura científica que prevalece. El enorme éxito de la teoría de la información provino de la separación entre la información y el sentido; el dogma central declara que este último es irrelevante. (Claude Shannon, el autor de la teoría, quiso significar que la información puede ser vista con mayor libertad si es tratada como abstracción matemática independiente del sentido. La consecuencia de esta libertad es la inundación en que nos ahogamos). La información en tamañas cantidades nos recuerda, escribe Gleick, "la biblioteca de Babel extendiéndose infinitamente en todas las direcciones, la imagen de Borges para la condición humana".




Doctor en Filosofía
HÉCTOR CIAPUSCIO


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1 comentario:

Ruiz dijo...

Saludos y magnífico artículo. Borges fue un escritor único y era tan extraordinario que temo que no acaben aquí los descubrimientos científicos en relación con los escritos borgeanos. Es más, en otros ámbitos se está escribiendo sobre cosas que creo trató Borges antes: Edgar Morín habla del PENSAMIENTO COMPLEJO en filosofía, que es más o menos lo que se desprende del ALEPH. Un abrazo.