“El amor -en Bioy Casares- es una percepción privilegiada, la más total y lúcida, no sólo de la irrealidad del mundo, sino de la nuestra”.
-Octavio Paz-
La invención de Morel, es la obra más famosa del escritor argentino Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, 1914-1999) su profundidad y sutil complejidad, han convertido a esta breve novela (consta de 130 páginas en versión bolsillo) en una poderosa e indispensable pieza narrativa en nuestro idioma. La invención de Morel significa mucho, simboliza mucho: la inmortalidad, la transmutación del alma, la búsqueda incansable del genio por construir el invento perfecto que dote de vida eterna a todo aquello que deseamos nunca perezca. Pero también es homenaje; quizá el más punzante, es el que el autor hizo al clásico de H.G. Wells “La isla del Doctor Moreau”, -no sólo en clara referencia al título-, también lo hace gustoso al género de la ciencia ficción (en el que Bioy siempre navegó con clase y soltura). Mucho se ha especulado que gran parte del reconocimiento a Bioy Casares, se debe a la estrechísima amistad que sostuvo con Jorge Luis Borges durante más de 30 años, pero todo aquel que se haya sumergido en su obra, sabrá valorar con justa dimensión el virtuosismo de la prosa del autor.
La historia parece simple. El delirio, la fuga, y una isla maldita, se aderezan con una improbable historia de amor. Todo lo que el lector descubrirá dentro de las páginas de esta novela, lo hará mediante los delirantes apuntes del personaje principal, a su diario. El diálogo consigo mismo resulta tan intimista –como toda relación estrecha entre un sujeto y su historia contada en primera persona– que en ningún momento nos damos por presentados. Desconoceremos hasta la última página su propio nombre. Nos enteramos pronto, que el de la voz es un escritor prófugo, porque se confiesa ante nuestros ojos; y un muy atípico náufrago..atípico, por una sencilla razón: el naufragio y confinamiento en la isla fueron su elección absoluta. El náufrago asume con estoicismo su aislamiento porque él mismo lo diseñó así. cepta las desventuras, hambre e infames condiciones que padece en la isla desierta, porque es la prisión que decidió habitar. Desconocemos el crimen que alega no haber cometido. Creer su inocencia es responsabilidad entera del lector.
El prólogo –autoría de Jorge Luis Borges- nos prepara de alguna manera, para estar atentos, -pero sobre todo- a conmovernos con una extraordinaria historia y su vuelta de tuerca: “Las ficciones de índole policial -otro género típico de este siglo que no puede inventar argumentos refieren hechos misteriosos que luego justifica e ilustra un hecho razonable; Adolfo Bioy Casares, en estas páginas despliega una Odisea de prodigios que no parecen admitir otra clave que la alucinación o que el símbolo, y plenamente los descifra mediante un solo postulado fantástico pero no sobrenatural. El temor de incurrir en prematuras o parciales revelaciones me prohíbe el examen del argumento y de las muchas delicadas sabidurías de la ejecución. Básteme declarar que Bioy renueva literariamente un concepto que San Agustín y Orígenes refutaron, que Louis Auguste Blanqui razonó y que dijo con música memorable Dante Gabriel Rossetti:
“ I have been here before,
But when or how I cannot tell:
I know the grass beyond the door,
The sweet keen smell,
The sighing sound, the lights around the shore…”
Cuando Borges habla de sabiduría en manejo de alegorías fantásticas, no lo hace gratuitamente. Un caótico timing onírico se abre paso entre la salvaje flora de la isla, transportándonos –acaso atemporalmente- a una intrincada aventura científica.
La Isla maldita y Lost!
La Isla que el naufrago consideraba desierta, parece no serlo más (quizá, nunca lo estuvo, este es el primer misterio que debemos resolver en silenciosa complicidad lectora). Morel es un científico adelantado a su época –Bioy se esfuerza por ubicar el tiempo en los años treintas-, cuyas invenciones estriban en legar al mundo tecnología experimental que le permita obtener –gracias a un anónimo camarada del futuro emergente- la continuidad de su proyecto personal: la inmortalidad. Construye un mundo y lo protege engañando a otro. La presencia de Faustine emerge como poderosa viñeta con su hermoso perfil que mira obsesivamente el atardecer desde el acantilado. Finalmente, la invención reconcilia a los amantes rivales (prófugo y científico) para inspirarlos a unir los cables del prodigio de la eternidad.
La invención de Morel es una trampa surreal construida a base de mecanismos complejos meticulosamente detallados por un autor apasionado por la ciencia, que distribuyó pacientemente pistas ambiguas, redes intangibles, mudos espejos y secretos reflejantes. Usó con ingenio el recurso cinematográfico del flashback, el de los finales que abrazan los inicios, el de caracteres monocromáticos danzantes. Cuando el escritor argentino decidió tomar la ruta del homenaje a la obra maestra de Wells, probablemente nunca imaginó regalarle a nuestra generación un notabilísimo objeto de culto. Su guiño a Moreau es el mismo guiño usado porJeffrey Lieber, J.J. Abrams y Damon Lindelof (los creadores de la exitosa producción televisiva Lost!, serie considerada el homenaje más famoso a la novela), la diferencia, es que esta última se quedó muy corta ante el efecto contundente de la pieza literaria.
Porque aunque el lector tenga revelado el misterio en las últimas páginas, las cinco líneas finales de la novela consiguen lo que jamás hizo la serie norteamericana en seis temporadas, 121 capítulos y carretadas obscenas de dólares: conmover poderosamente al lector que ya nada espera. El desconsuelo y la melancolía rampantes al ocaso del libro, son compensadas por el talento fantástico de una pluma que zurce todas las costuras roídas y teje con pulcritud cualquier hilo deshilvanado de la historia en un final exquisito, tan rotundo como entrañable.
Octavio Paz hizo el siguiente apunte elogioso a La invención de Morel: “puede ser descrita, sin exagerar, como una novela perfecta”, Jorge Luis Borges hizo lo propio retomando a Paz al final del ya citado prólogo: “En español, son infrecuentes y aún rarísimas las obras de imaginación razonada. Los clásicos ejercieron la alegoría, las exageraciones de la sátira y, alguna vez, la mera incoherencia verbal; de fechas recientes no recuerdo sino algún cuento de Las fuerzas extrañas y alguno de Santiago Dabove: olvidado con injusticia. La invención de Morel (cuyo título alude filialmente a otro inventor isleño, a Moreau) traslada a nuestras tierras y a nuestro idioma un género nuevo. He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta”
Los invito a naufragar en el mundo de Bioy Casares. Si no lo han hecho antes, visiten su célebre isla. Miren con atención al cielo y descubran sus dos soles, sus dos lunas, les aseguro que también se aficionarán a sus ponientes menguantes, a sus crepúsculos sin dulzura. La visita no es larga, podrán descubrirla en siete días. No teman, no existe peligro de contagio. Somos inmunes a esa extraña enfermedad que se adquiere en sus entrañas, que carcome las propias. Uno nunca sabe quién de nosotros conozca la combinación que el trágico héroe espera entre espejos y que necesita para abrir el portal diseñado por Morel para los tiempos venideros, para el futuro. El que ya nos alcanzó.
En el cuarto capítulo de la cuarta temporada, se observa a James "Sawer" Ford, leyendo la novela de Bioy Casares.
América Pacheco.