Cuentan de un intelectual que, obsesionado por profundas dudas existenciales, decidió viajar al Himalaya en busca del que se decía que era el hombre más sabio del mundo. Tras una ardua expedición, en la que pasó todo tipo de penalidades, llegó hasta la humilde cabaña donde habitaba el gurú. Una mezcla de reverencia y emoción se juntaban en su corazón cuando empezó a articular la pregunta que durante tanto tiempo había martilleado su cerebro. Ahora, un ser pequeño y enjuto la iba a responder: "Maestro -dijo-, ¿cuál es el sentido de la vida?" El hombrecillo levantó la vista y con una mirada vivaz respondió: "¡Oh! Esperaba que usted pudiera contestarme a eso".
Responder a la pregunta de qué es el talento es igualmente esquivo. La Real Academia de la Lengua lo define como la capacidad para el desempeño de una ocupación. Definición aséptica y poco útil, como aquélla de Montesquieu: "El talento es un don que Dios nos hace en secreto y que nosotros revelamos sin saberlo". Eso sí, todos sabemos qué quiere decir nuestro interlocutor cuando habla de ello... ¿Es el talento algo absoluto o sólo circunstancial? ¿Momentáneo o permanente? ¿Se puede ejercitar y desarrollar? ¿Es lo mismo que aptitud? Cualquiera de nosotros se sentiría capaz de contestar a estas preguntas... pero quizás no fueran las respuestas correctas. De hecho, los cazadores de talentos y headhunters, los consultores que se autoerigen en reconocedores y evaluadores del talento ajeno, buscan algo que no saben definir. Es más: ¿se puede detectar el talento o simplemente se lo reconoce cuando se encuentra? Algunos expertos creen que es una mezcla de método e intuición, de papel y nariz.
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Fuente: Muy Interesante.
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