Se trata de Marc Chagall, que pintó a su tío Neuch con el violín, subido al techo de su casa. Y llenó de vacas voladoras, velas, ramilletes de flores y enamorados en vuelo sus primeros cuadros, desafiando la ley de gravedad. Sin embargo, tras la muerte de Bella, su mujer, Chagall pintó un "Autorretrato con reloj de pared" con el que parece querer tocar o detener el tiempo.
El personaje que intento retratar amaba su violín, era bastante virtuoso también en esta disciplina y a menudo se tomaba un recreo para tocarlo.
Inclusive llegó a hacer una crítica al modo de enseñar la música en su época: "Tomé lecciones de violín de los seis a los catorce años, pero no tuve suerte con mis maestros. Para ellos, la música se reducía a un juego mecánico. Comencé realmente a aprender música a los 13 años, sobre todo porque me enamoré de las sonatas de Mozart. En general, el amor es el mejor maestro en el sentido del deber" ("La subjetividad en el aula de clase").
Mi retratado, parecido de algún modo a Chaplin (ver "Historia del cine", punto 2.3 "Charles Chaplin"), de rostro tierno y rizos canosos en sus últimas fotografías, conmovió a los que tuvieron la suerte de conocerlo (ver "Recorrido histórico de la matemática en Argentina", punto "Einstein: La visita de un genio") y a los que no.
Y nos sigue conmoviendo.
Es más que un genio de la ciencia.
Es un filósofo demasiado ingenuo para ser importante como filósofo.
Es un violinista que ha ensayado muy poco como para destacarse en un concierto.
Es además demasiado pícaro como para que tomemos muy en serio sus consejos sobre las cuestiones simples de la vida.
Pero es Albert Einstein, que está a la altura de los más grandes nombres de la historia de la ciencia, paralelo a Galileo Galilei y a Newton (los invito a leer "Físicos notables").
Si alguien lo incluye en una monografía que lleva este título: "La Ley Natural y los principios básicos de nuestras actividades mentales lógicas y emotivas", nos asombramos, porque lo habíamos colocado en la galería de quienes poco tienen que ver con cuestiones emocionales.
Si alguien recuerda su violín, nos sorprendemos, porque la música creíamos que no entraba en sus cálculos.
Más bien se la dejaríamos, tratándose de violín, a un músico como Paganini, de quien se dicen cosas tan extremas como que no sabía música y que para tocar había hecho un pacto con el Diablo.
Pero en cuestiones religiosas... estamos casi seguros de que Einstein ni siquiera pensaba en ellas.
Y no es así.
Pensaba, intuía, calculaba y se esforzaba en descubrir un rostro en sus gabinetes oscuros llenos de polvo de tiza.
"Dios no juega a los dados con el universo", afirmaba.
Mezclaba en la pizarra sus cálculos matemáticos para demostrarlo, y demostrar que el tiempo es la cuarta dimension junto con la afirmación precedente.
Por eso, pensaba hallar a Dios en una ecuación muy precisa y nunca en el azar de una intuición.
Como todos los descubridores -en ciencia y en otras disciplinas- era un intuitivo, mal que le pesara (ver "La Intuínica: cómo desarrollar su sexto sentido").
Por Mora Torres
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