En el libro Siete Noches, una colección de un ciclo de conferencias que al cobijo del frío invierno argentino de 1977 dio Jorge Luis Borges en el Teatro Coliseo de Buenos Aires sobre: La Divina comedia, la pesadilla, Las Mil y una noches, el budismo, la poesía, la cábala y la ceguera, aparecen anexados unos textos que serían los borradores de las versiones periodísticas. Se sabe que aquellos temas siempre apasionaron al maestro argentino, y que en las vísperas de la sexta noche renunció a disertar sobre “Los gnósticos de Alejandría” y se decidió por la cábala. Se hicieron los registros en cintas magnetofónicas y, si bien algo defectuosas, de ellas se tomó el material para publicarlas en suplementos especiales de un diario porteño de aquel entonces. Y aunque Roy Bartholomew, el compilador, se quejaba de los cortes arbitrarios, errores de transcripción y exceso de erratas; sin embargo ya sea porque los promotores del ciclo adujeran estrechez económica u otro apremio, Borges autorizó su publicación una vez terminadas
Tres años después el autor argentino vuelve a aceptar la reunión de los mismos parlamentos en un libro, no sin antes someter a una revisión exhaustiva de lo que ya se había publicado en los diarios. Las conferencias, es verdad, debían estar atiborradas de erratas y muletillas de conversación; pero un entusiasta Bartholomew que trabajó muchas horas con el escritor, ha declarado en el epílogo de Siete noches que se consiguieron ejemplares de esas publicaciones y que fotocopiadas y pegadas en una hoja en blanco, fueron corregidas al limón con el escritor leyéndole el resultado una y otra vez. El autor de El libro de arena y El Libro de sueños exigía a sus leyentes hasta siete veces cada párrafo, cada oración y hasta cuatro veces cada conferencia. No se perdió una frase, demostrando implacable responsabilidad y una vocación indomable en la tarea de la búsqueda del vocablo perfecto y la expresión justa. Quitó mucho, transformó el original, y hasta estuvo tentado de hacer otro libro.
Envidiable experiencia la de Bartholomew de trabajar con el maestro: debió ser una lección suprema de estilo, probidad intelectual y un ejercicio de lucidez. Cuántas veces se habría asombrado el escritor argentino de sus propias afirmaciones porque desde niño cuando tradujo El Quijote, habría de suponer soñando que su destino era literario, tanto como lector y escritor. Ocupación que modestamente comparten sin pretender compararse con el genio todos los escritores de raza, ese sentimiento de sacralizar a la literatura hasta en sueños, aceptar todo lo que se tiene ante uno y convertir en palabras nuestras vidas, lecturas y sueños, y permanecer en perpetua búsqueda de la corrección inalcanzable de perfección y belleza, incluso aunque Guillermo Cabrera Infante en una crónica, en honor al encantador pederasta, el escritor cubano y suicida Calvert Casey, de su Vidas para Leerlas, haya dicho que Borges, es ahora el autor culto de los que no tienen cultura: el Homero del pobre.
Habíamos dicho que la segunda conferencia trata de la pesadilla, Borges empieza así: “Los sueños son el género; la pesadilla, la especie”, y diserta al inicio acerca de los primeros, declarando una decepción por la lectura de algunos psicólogos de aquel entonces porque no se referían a lo asombroso y extraño del mismo hecho de soñar, y cita que un tal Gustav Spiller, un psicólogo inglés decía que los sueños pertenecen a la esfera más baja del engranaje mental, lo cual para el buen Borges era nada menos que un error. Recuerda a su querido Groussac –escritor y pedagogo francés residente en la Argentina, que le precedió la dirección de la Biblioteca Nacional–, y su inubicable ensayo Entre sueños, quien decía que es asombroso amanecer cada mañana, despertarnos cual nacimiento después de haber pasado por esa zona gris de sombras y laberintos, como por la caverna socrática, camino hacia la luz.
Al hablar de los sueños posiblemente nos encontremos con varias dificultades y una de ellas quizá sea la correspondencia entre el recuerdo y el ensueño. El médico y ensayista inglés Sir Thomas Browne, acostumbrado a especular acerca del origen de los errores humanos y las supersticiones populares, creía que nuestra memoria de los sueños era más pobre que la realidad. Así si el sueño es una obra de ficción es posible seguir fabulando en el momento preciso de despertar e incluso cuando lo contamos.
Recuerda al escritor inglés John William Dunne quien en An experiment with time imagina que cada uno de nosotros posee con el sueño una modesta eternidad que permite ver el pasado y el porvenir, aunque ya estemos cayendo en superstición. Toda la historia universal del sueño lo vería Dios, omnipresente y omnipotente, que todo lo ve de un solo vistazo; pero al despertar, como estamos acostumbrados (cual habitantes de la caverna socrática) a la vida rutinaria y sucesiva, damos forma narrativa a nuestra pequeña eternidad ocurrida durante el sueño; así de forma desfigurada podemos soñar dos imágenes contiguas y asociarlas como transformación de la primera en la segunda o viceversa, siendo ahí donde comienza la fabulación real. Dentro del sueño podemos ser nosotros mismos en esencia, el ser, la divinidad o la negación del ser, en fin.
Menciona también una cita de James George Frazer al que considera muy crédulo, cuando cuenta que éste cuenta lo que le cuentan los viajeros ya cuando no distinguen entre la vigilia y el sueño: es verdad que muchos relatos de esta índole son de bagaje popular; pero no escapan de lo posible. Así un hombre sueña que sale a vagar por el bosque, y en su caminata se encuentra con un león, luego de una encarnizada lucha mata al animal y cuando despierta sobresaltado de haber realizado tal acción a punto de ser vencido por la fuerza de la bestia, cree que su alma ha vagado habiendo abandonado su cuerpo y que ha matado un león precisamente en sueños, o al sueño de su león o al león de su sueño.
Cuenta el maestro argentino para explicar que los niños no distinguen bien entre los opuestos de la vigilia y el sueño un recuerdo personal: un sobrino suyo le cuenta que soñó que andaba perdido en un bosque y llegó a un lugar despejado donde se levantaba una casa blanca, rápidamente transitó por un corredor de escaleras en caracol que da a una puerta, y al tocar salía el escritor. El sobrino ya en la realidad le sentenció con una rotunda pregunta: ¿Tío Giorgie, qué hacías ahí? Para los niños puede ser que los sueños sean un suceso de la vigilia; pero algunos metafísicos manejan la hipótesis contraria de que la vigilia más bien podría ser un suceso del sueño. Ya Calderón y a cierto criterio Descartes habían dicho que la vida es un sueño, y el solipsismo tiene mucho que ver con ellos, así uno sueña a todos los otros, ellos existen sólo en un sueño propio, donde un solo soñador es cada uno de nosotros.
Hay un soñador que está soñando esta letra escrita y sueña; pero más allá está quizá el soñador universal, el ser utópico de la historia universal de sus sueños y de la historia universal; y, un soñador que sueña el inicio del mundo, tanto el acontecer suyo luego de su nacimiento y el inicio de su primer sueño cuando él empieza a soñar la urdidumbre que usted está descifrando; pero despierta y no es verdad.
Usted está soñando y al parecer no hay diferencia en el dormir, el soñar y el estar despiertos, pues la actividad mental podría ser la misma, y podríamos encontrarnos en un punto de una realidad paralela a la realidad real; pero con seguridad esto es un sueño y dentro de esta misma quimera podemos percatarnos de que estamos soñando esa “realidad” y que la realidad real es esa, la otra, la que hacía referencia el buen Shakespeare cuando decía que estamos hecho de la misma madera de nuestros sueños
No hay comentarios.:
Publicar un comentario