en París
Cuando el escritor argentino Jorge Luis Borges decidió llevar a su compañera María Kodama a que conociera Granada, ciudad de la que era un enamorado, al llegar al mirador del jardín de los Adarves, María se detuvo inquieta y angustiada al leer la placa de cerámica en el lugar colocada y cuyo texto reza así: “Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada, como la pena de ser ciego en Granada”. Borges, que la había leído en su juventud, percibió inmediatamente su temor y con una inmensa ternura y refiriéndose a la ascendencia japonesa de María, cogiéndole la mano, le dijo: “No te sientas mal. Tú me la enseñarás con los ojos de otro Oriente". El escritor ciego, había captado el mudo mensaje de su acompañante.Este pasaje de la vida de Borges, nos demuestra que no puede entenderse la existencia del ser humano como una isla solitaria en medio del océano. El “yo”, no tendría sentido sin la presencia del “tú”. Pero tampoco tendría sentido contemplar al “yo” y al “tú” de forma aislada y sin conexión alguna, por lo que el contexto existente nos lleva forzosamente a considerar como una única realidad, el “nosotros”. Esta es la esencia que nos confiere una dimensión social que nos induce a relacionarnos. No sería posible el funcionamiento de las sociedades humanas sin la existencia de la comunicación.
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