Un libro sin desperdicios.
Recientemente se ha publicado el libro Estudios históricos y literarios, de Manuel Domínguez. El texto de marras apareció gracias al apoyo de Fondec en el marco del Bicentenario del Paraguay. Lleva el volumen el sello editorial de Servilibro.
Ah... cuando Manuel Domínguez se zarandea la obra La Atlántida, del Dr. Diógenes Decoud, y la convierte poco menos que en pasto de risas y de burlas. Hay que reconocer que son muchos los desaciertos de Decoud.
Escribía en su texto que Francia, el tirano, muere “sin un temblor, sin una pena”; Manuel Domínguez trae a sus artículos otra versión, muy distinta por cierto:
“Hacía rato que, antes del 20 de setiembre, el Dictador estaba enfermo y postrado: ‘Hacia el 16 de setiembre la enfermedad alarmó a su médico’ (Navarro, id.cap. XIII); el jueves 17 su médico le dijo: ‘V. E. está muy mal... creo de mi deber decirle que disponga lo que crea conveniente; ‘la enfermedad se agrava cada día, cada hora...’; ‘desde el 17 por la mañana Francia se obstinaba en no abrir los labios’; ‘el médico velaba’, ‘comenzaba la agonía lenta’ (id. id), ‘siguió el 18 más o menos como el día antes’, ‘el 19 pasó lo mismo para el moribundo, es decir, en agonía lenta’; ‘el delirio se pronunció en la noche del sábado 19, hacia la madrugada’, ‘los ayes del moribundo se repetían de un modo lastimoso’... y así sucesivamente”.
En sus muchos artículos, el genial Manuel Domínguez ponía a prueba de aplausos, su ingenio y su conocimiento perfecto, o casi perfecto (porque era humano) de la historia paraguaya, y del indigenismo, en especial, al señalar los crasos errores en que caía Decoud al hacer referencia a los indígenas y la fundación de la Atlántida...
Le daba palizas dentro de un sabroso sarcasmo que quisiera traer a esta página, muy brevemente:
“Y por si el doctor Decoud acepta mi consejo, señalo los siguientes errores y omisiones.
(Pág 66) Acepta la etimología de Tupán, el Dios guaraní, dada por Montoya. Tupán no quiere decir ¡Oh! ¿ quién eres tú? como supone Montoya y como consigna La Atlántida.
Vuelvo a los Payaguaes. No cultivaban maíz como da a entender La Atlántida ni se han extinguido todavía. Sus creencias religiosas se leen en ‘El viaje pintoresco a las dos Américas’ por D´Orbingny y Eyries, que parece no conocer el Dr. Decoud. Convendría decir que Payaguaes eran los Agaces, célebres en otro tiempo, y que se conquistaron la triste fama de traidores”.
Bien. Me pregunto en qué tiempo leía Manuel Domínguez, y cómo leía, pues a decir verdad, toda su obra, en especial El alma de la raza, fue un derroche de erudición y amplitud de conocimiento y dominio del tema. ¿En qué tiempo? Debe considerarse que desde 1894 a 1904 hizo una titánica carrera política. Había sido diputado, ministro de Relaciones Exteriores, vicepresidente de la República.
También conocía, y cuánto, y mejor que muchos literatos, la literatura paraguaya. Era un consumado crítico literario, aunque él negaba ser crítico. Sin embargo, en el libro que ahora reseño, es inmejorable el juicio con que va calificando la hondura de los sentimientos del autor de Las leyendas, Alejandro Guanes, a quien reconoce como el mejor traductor de Ulalume, de Edgar Allan Poe.
Sin temor, consciente de que manejaba la verdad, pues era un lector infatigable que iba a las fuentes y estudiaba con rigor cuanto libro cayera en sus manos, se atrevió a decir, sin empacho, que la versión traducida al castellano de Ulalume por el poeta colombiano Carlos Arturo Torres, no era, como afirmaba Soto Hall, la más exitosa versión. No. Él sacó a relucir el nombre de Alejandro Guanes, haciendo comparaciones entre las traducciones (fragmentos, por supuesto) de ambos, para reverenciar al poeta paraguayo. Escribe el inefable Manuel Domínguez: “Soto Hall no tenía noticia de esta bella traducción de Guanes, infinitamente más melodiosa que la de Torres”.
¿Era o no, crítico literario, entonces, Manuel Domínguez? Pues claro que sí.
No sé si era ateo o deísta, pero se sabe que leyó a Renán con verdadera pasión.
Y leer a Renán siempre supone un peligro.
Vamos a un fragmento de lo leído en su libro Estudios históricos y literarios. “¿Y quién hizo el mundo y con él el albaricoque, en concepto de Renan? Los hizo la actividad psíquica inconsciente creando el prodigio de la vida y ‘determinando el laberinto del destino’. Allí, en esa actividad, radica el Dios de Renan. El mundo, decía, está minado de su soplo divino; es un fieri continuo, creación sin tregua ni descanso, hoy como en la noche del vapor cósmico en que la vida emprendió su vuelo”.
Leer a Manuel Domínguez es aprender, indefectiblemente. Es gozar de artículos en los que campea la precisión. Su prosa es cautivante.
A Menéndez y Pelayo no le tenía la menor piedad.
Decía él: “En conclusión, ¿qué es Menéndez y Pelayo?
Procedo por eliminación.
¿Crítico? -No lo es. A lo menos, crítico original. Ordena mal sus ideas. No sabe condensarlas. Llevo dicho que carece de espíritu generalizador. Pero su Historia de las Ideas Estéticas es un libro útil; aparte del esplendor de su estilo, se resume allí lo que no puede encontrarse en varias bibliotecas.
¿Filósofo? -Nadie que esté en su sano juicio ha de presentarle como tal.
Los Pidal y Mont y Nocedal no lo están cuando afirman tal cosa. En filosofía yo soy forastero, pero sostengo que quien piensa tan mal no ha de filosofar muy bien”.
Recomiendo la lectura del libro Estudios históricos y literarios. Es para los amantes de la filosofía y los juegos peligrosos con que suele tentarnos a veces Dios.
Poema para un indiferente
Tal un pequeño Buda de humano jade,
has robado el silencio a un sepulcro.
En altar aún móvil, no envejeces.
Acepta este consejo, vive y envejece.
La ciudad gris de nombre impronunciable
podrá tener, contigo, a un renegado más.
Y cuando vuelvas a tu habitación,
mira al techo desde la cama.
Si miras bien, encontrarás una mosca.
Salta, mátala con la palma de la mano.
Después, olvida el incidente.
Jacobo Rauskin (del libro El arte de la sombra)
Una nota de Delfina Acosta
Asunción del Paraguay
Ah... cuando Manuel Domínguez se zarandea la obra La Atlántida, del Dr. Diógenes Decoud, y la convierte poco menos que en pasto de risas y de burlas. Hay que reconocer que son muchos los desaciertos de Decoud.
Escribía en su texto que Francia, el tirano, muere “sin un temblor, sin una pena”; Manuel Domínguez trae a sus artículos otra versión, muy distinta por cierto:
“Hacía rato que, antes del 20 de setiembre, el Dictador estaba enfermo y postrado: ‘Hacia el 16 de setiembre la enfermedad alarmó a su médico’ (Navarro, id.cap. XIII); el jueves 17 su médico le dijo: ‘V. E. está muy mal... creo de mi deber decirle que disponga lo que crea conveniente; ‘la enfermedad se agrava cada día, cada hora...’; ‘desde el 17 por la mañana Francia se obstinaba en no abrir los labios’; ‘el médico velaba’, ‘comenzaba la agonía lenta’ (id. id), ‘siguió el 18 más o menos como el día antes’, ‘el 19 pasó lo mismo para el moribundo, es decir, en agonía lenta’; ‘el delirio se pronunció en la noche del sábado 19, hacia la madrugada’, ‘los ayes del moribundo se repetían de un modo lastimoso’... y así sucesivamente”.
En sus muchos artículos, el genial Manuel Domínguez ponía a prueba de aplausos, su ingenio y su conocimiento perfecto, o casi perfecto (porque era humano) de la historia paraguaya, y del indigenismo, en especial, al señalar los crasos errores en que caía Decoud al hacer referencia a los indígenas y la fundación de la Atlántida...
Le daba palizas dentro de un sabroso sarcasmo que quisiera traer a esta página, muy brevemente:
“Y por si el doctor Decoud acepta mi consejo, señalo los siguientes errores y omisiones.
(Pág 66) Acepta la etimología de Tupán, el Dios guaraní, dada por Montoya. Tupán no quiere decir ¡Oh! ¿ quién eres tú? como supone Montoya y como consigna La Atlántida.
Vuelvo a los Payaguaes. No cultivaban maíz como da a entender La Atlántida ni se han extinguido todavía. Sus creencias religiosas se leen en ‘El viaje pintoresco a las dos Américas’ por D´Orbingny y Eyries, que parece no conocer el Dr. Decoud. Convendría decir que Payaguaes eran los Agaces, célebres en otro tiempo, y que se conquistaron la triste fama de traidores”.
Bien. Me pregunto en qué tiempo leía Manuel Domínguez, y cómo leía, pues a decir verdad, toda su obra, en especial El alma de la raza, fue un derroche de erudición y amplitud de conocimiento y dominio del tema. ¿En qué tiempo? Debe considerarse que desde 1894 a 1904 hizo una titánica carrera política. Había sido diputado, ministro de Relaciones Exteriores, vicepresidente de la República.
También conocía, y cuánto, y mejor que muchos literatos, la literatura paraguaya. Era un consumado crítico literario, aunque él negaba ser crítico. Sin embargo, en el libro que ahora reseño, es inmejorable el juicio con que va calificando la hondura de los sentimientos del autor de Las leyendas, Alejandro Guanes, a quien reconoce como el mejor traductor de Ulalume, de Edgar Allan Poe.
Sin temor, consciente de que manejaba la verdad, pues era un lector infatigable que iba a las fuentes y estudiaba con rigor cuanto libro cayera en sus manos, se atrevió a decir, sin empacho, que la versión traducida al castellano de Ulalume por el poeta colombiano Carlos Arturo Torres, no era, como afirmaba Soto Hall, la más exitosa versión. No. Él sacó a relucir el nombre de Alejandro Guanes, haciendo comparaciones entre las traducciones (fragmentos, por supuesto) de ambos, para reverenciar al poeta paraguayo. Escribe el inefable Manuel Domínguez: “Soto Hall no tenía noticia de esta bella traducción de Guanes, infinitamente más melodiosa que la de Torres”.
¿Era o no, crítico literario, entonces, Manuel Domínguez? Pues claro que sí.
No sé si era ateo o deísta, pero se sabe que leyó a Renán con verdadera pasión.
Y leer a Renán siempre supone un peligro.
Vamos a un fragmento de lo leído en su libro Estudios históricos y literarios. “¿Y quién hizo el mundo y con él el albaricoque, en concepto de Renan? Los hizo la actividad psíquica inconsciente creando el prodigio de la vida y ‘determinando el laberinto del destino’. Allí, en esa actividad, radica el Dios de Renan. El mundo, decía, está minado de su soplo divino; es un fieri continuo, creación sin tregua ni descanso, hoy como en la noche del vapor cósmico en que la vida emprendió su vuelo”.
Leer a Manuel Domínguez es aprender, indefectiblemente. Es gozar de artículos en los que campea la precisión. Su prosa es cautivante.
A Menéndez y Pelayo no le tenía la menor piedad.
Decía él: “En conclusión, ¿qué es Menéndez y Pelayo?
Procedo por eliminación.
¿Crítico? -No lo es. A lo menos, crítico original. Ordena mal sus ideas. No sabe condensarlas. Llevo dicho que carece de espíritu generalizador. Pero su Historia de las Ideas Estéticas es un libro útil; aparte del esplendor de su estilo, se resume allí lo que no puede encontrarse en varias bibliotecas.
¿Filósofo? -Nadie que esté en su sano juicio ha de presentarle como tal.
Los Pidal y Mont y Nocedal no lo están cuando afirman tal cosa. En filosofía yo soy forastero, pero sostengo que quien piensa tan mal no ha de filosofar muy bien”.
Recomiendo la lectura del libro Estudios históricos y literarios. Es para los amantes de la filosofía y los juegos peligrosos con que suele tentarnos a veces Dios.
Poema para un indiferente
Tal un pequeño Buda de humano jade,
has robado el silencio a un sepulcro.
En altar aún móvil, no envejeces.
Acepta este consejo, vive y envejece.
La ciudad gris de nombre impronunciable
podrá tener, contigo, a un renegado más.
Y cuando vuelvas a tu habitación,
mira al techo desde la cama.
Si miras bien, encontrarás una mosca.
Salta, mátala con la palma de la mano.
Después, olvida el incidente.
Jacobo Rauskin (del libro El arte de la sombra)
Una nota de Delfina Acosta
Asunción del Paraguay
10 de Abril de 2011
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