Encuentro con el gallego.
¿Un toque más a los recuerdos de lo que quizá nunca me ocurrió realmente?
"Realmente". Un término que pretende separar la realidad de la ficción, la vigilia de los sueños, lo obtenido de lo deseado. Pero, ¿dónde está el límite que separa esos universos? El maestro Borges jugó con ese límite y creó un mundo gris en el que la intensidad de la luz se fundía en la intensidad de la oscuridad para crear una penumbra maravillosa.
En fin. Carguémonos la liviana mochila al hombro y sigamos andando por estos caminos que bucean en lo que alguien seguramente considerará una introspección, una insight o algo así.
Comenzamos ubicándonos en el cruce de Sarmiento y 9 de Julio, en una ciudad de Esquel que tenía un cierto parecido con la que consideramos "real", un parecido suficiente como para reconocerla pese a los múltiples cambios que iré detallando poco a poco. El primer apunte enfocó la esquina oeste, el segundo la esquina norte y hoy contaré algo sobre cómo era la esquina este, la de la ferretería que se ve en la fotografía adjunta.
Nada de lo que hoy pueden encontrar en esa cuadra aparecía en la visión que se me brindaba desde la antigua ventana de la clínica. Ni siquiera tenía otra visión cuando crucé la Sarmiento e ingresé al majestuoso hotel propiedad del doctor Richardson. Era una sucesión de edificios de varios pisos, algunos de dos o tres pero quizá otros llegaban a cuatro o cinco. Modernos, importantes, me hacían recordar la sucesión de construcciones que vi muchas veces en Mar del Plata sobre la calle Alberti, por ejemplo, a la altura de Alsina, cerca de la antigua terminal de ómnibus.
Uno de ellos era el hotel del gallego, personaje muy interesante que conocí mientras él conversaba en el lobby del edificio de las columnas con su dueño. Daba la impresión de que no eran competidores en el tema del turismo sino amigos que se dedicaban a lo mismo o casi.
El gallego tenía un marcado acento como suelen mantener algunos hispanos durante toda su vida aunque haga décadas que llegaron a nuestro país. Así siempre dan la impresión de que recién desembarcaron y mantienen un lazo indisoluble con la tierra que los vio nacer.
Como siempre, yo intentaba la posibilidad de un contacto para ofrecerle publicitar en nuestra revista virtual. Pero los dos hombres estaban en el centro del sector izquierdo del hall, algo hacia el fondo del lugar, y no me atreví a acercarme.
En cambio, me senté en uno de los cómodos sillones de tres cuerpos que se hallaban más próximos a la entrada y me puse a canturrear una canción aprendida de mis abuelos maternos. "Ondiñas veñen, ondiñas veñen, ondiñas veñen y van..." comencé a murmurar siguiendo la famosa música, levantando poco a poco el volumen para que el gallego se percatara de mi presencia y se acercara para hablarme.
Luego de unos cinco minutos de afrentar la hermosa lengua de Rosalía de Castro, y cuando ya otras personas me miraban algo molestas, el hombre se despidió del médico y caminó hacia mí. Mientras pasaba a mi lado me sonrió amablemente, me tocó la cabeza, expresó algo como "Sigue así." y continuó caminando hacia la puerta, seguramente rumbo a su hotel.
Ésa fue la única vez que lo vi y así perdí la oportunidad de alegrar esa noche a Olga contándole que había conseguido otra muy necesitada publicidad para nuestro "Mundo" en internet. Esa noche porque, en mi sueño, ella venía todas las noches a verme a la clínica y salíamos a "dar una vuelta" por Esquel. Algo imposible porque mi cuerpo estaba en Terapia Intensiva, coma inducido y todo eso, muy lejos de poder suponerlo andando por Alvear, por Fontana o por cualquier otra arteria de la bella ciudad.
¿Es muy difícil imaginar tantos detalles? En realidad (¡otra vez la palabrita!) eran muchos más los que se aferraron hace ocho años a mi mente y no quieren irse de allí. En cualquier momento continúo. Un saludo afectuoso.
Daniel Aníbal Galatro
Esquel, Chubut, Argentina.
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