No se puede decir que algo es lo que no es; pues eso es confundir y, en su consecuencia, manipular.
La valentía es sólo la aplicación del ánimo que, estrictamente siendo volitivo -o por esfuerzo-, produce una eficacia en vencer los problemas o sus miedos.
Demostraciones de qué es eso:
– La valentía es hacer un frente a lo que ocurre, a los hechos, a las cosas; es, pues, un afrontarlas, es una actitud. Sí, se puede tener cierto vigor genético pero, éste, primario -sea el que sea-, se ha de guiar obligatoriamente con ese conocimiento que se adquiere de las cosas, porque se afronten realmente tras conocerlas; o sea, es una decisión -con conocimiento de causa- ante las cosas.
– Así, siendo una actitud, también ha de ser ética o sustentada en unos principios; claro, con una autoridad cívica porque no tenga daños innecesarios en los demás (o que no sea una valentía sólo egoísta o perversa o cínica; por ejemplo: la valentía de suicidarse, la de matar a un niño para que no sufra, etc.).
– Y, desde ahí, siendo una actitud ética -ineludible en un contexto social por mejorar con prudencia las cosas- debe de ser la valentía constante, perseverante -o, al menos, en todo un hecho-; es decir, mantener su entereza porque una finalidad de mejora se consiga. He ahí que es, en esencia, un esfuerzo honesto, un aliento, una estimulación propia, una contraposición o una resistencia ante algo para que cambie. ¡Siempre!; es evidente, si no te contrapones a una situación o a algo por defender una óptima situación, ¿qué has puesto entonces de tu parte porque sea algo mejor?
Más claro, cuando quieres salvar a una persona de un incendio, en verdad no paras, no te detienes -perseverante- hasta que la salvas; y recurres a todos los esfuerzos tuyos posibles, en un arrojo sin apenas miedos habituales (porque tal valor, tal atrevimiento, lo vas afrontando primero en ti mismo venciendo... miedos), en un encararte -de corazón o de buena fe- con el peligro de la situación y, a él, ganarle. En eso, bien sabes que para ganarle con una eficaz valentía, has de tener unos cuidados necesarios y prudentes, los imprescindibles; cierto, has de tener una valentía inteligente, no de “matar moscas a cañonazos”, no de malograr esa valentía que tú únicamente, ahí, has decidido. Y es que, a veces, puede ocurrir que una valentía no sea la más prudente, la que se esperaba -o no sea una valentía debidamente prudente- pero, eso, no significa que no sea desde el principio una de buena intención, esa que intentaba... algo mejor.
En resumidas cuentas, el que es valiente utiliza su naturaleza (aptitud genética), su voluntad (aptitud cognoscitiva) y su ánimo (actitud cognoscitiva) para serlo en o ante un hecho que le “choca” o que le supone un obstáculo por defender algo, el cual quiere cambiar (actitud intencionada). Bien, si lo intenta cambiar con unos principios, ya es una valentía ética; y será prudente por cuanto se esfuerce en ser consecuente o coherente -al mínimo riesgo- para sus principios.
De sabido es que el no decir la verdad o el despreciarla, claro, es lo primero que atenta a todos los principios; pues los encauza directamente hacia la mentira, o los invalida en su ejercimiento o en su práctica, en coherencia. Sí, siempre se miente por una estrategia que, antes, es consciente aunque haya recurrido a cierta inconsciencia; y sólo es una estrategia del tener miedo por una protección interesada (no se miente si todo va bien o ya no se quiere esconder algo por un miedo). Y, así, para vencer ese “tener miedo en las estrategias de la mentira” se necesita nada más que digno valor o una mínima valentía. Si no, la esencia, la virtualidad o la credibilidad de sus principios es un “agua de borrajas”.
José Repiso Moyano en
http://razonyrazonar.blogspot.com/2010/10/la-valentia-no-se-puede-decir-que-algo.html
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