Carlos Schulmaister
El tremendismo (no el estilo literario así llamado) es una forma de comportamiento individual (aunque abunda el tremendismo grupal y en ocasiones el de turbamultas sin límite numérico) que se produce por lo general en presencia de otros que lo reconocen, lo observan y hasta puede que lo imiten; en este último caso comparten y justifican sus motivaciones (por lo menos aparentemente).
De modo que aunque nace en la interioridad del sujeto se realiza en lo externo, y sobre todo en su exposición ante terceros. Por lo tanto parece un envase, un look, una manera de aparecer, de presentarse, de parecer y de expresarse que utilizan las personas en ciertas ocasiones para sugerir a sus receptores que dicho comportamiento, con la singularidad y características particulares que posee, en realidad proviene de adentro, de la profundidad de su ser, y es proporcional a la gravedad del asunto que lo genera.
En ocasiones ello es efectivamente así: es decir, resulta ser una exteriorización genuina de conmociones interiores o de estados alterados, pero también puede tratarse de comportamientos enseñados y aprendidos, estereotipados, previsibles en ciertas situaciones y dadas ciertas condiciones, es decir, esperables. En estas condiciones es posible que se produzcan sin un compromiso real de la interioridad psíquica, emocional, espiritual o conceptual de la persona que actúa en forma tremendista.
Las notas comunes de cualquier comportamiento tremendista constituyen formas diversas de la exageración, de la desmesura, del desborde, del desequilibrio anímico, es decir, son notas de excepcionalidad.
Así, el tremendista, o tremendón, al momento de evaluar una situación inesperada por lo general pierde la calma y exagera las reales y/o potenciales consecuencias —por lo general peligrosas o inconvenientes— de los factores que examina, por lo cual casi siempre terminahaciendo de un pedo un cañonazo.
Menos frecuente es el tremendista que exagera sin provocar pánico ni perturbación en los ánimos de los espectadores, como el personaje del genial Wenceslao Fernández Flores en La cura de moscas, empeñado en ponderar con trazos superlativos la importancia de las moscas de Pontevedra. En este caso, y en materia humorística en general, la hipérbole resulta encantadora y divertida pues es posible encontrarse en la vida con tíos de esta clase.
Pero yo arranqué esta nota pensando en los otros tremendistas, los habituales, esos que en tanto no estén fingiendo están enfermos de gravedad. De éstos sí hay abundancia.
Esas formas exageradas, a veces catastróficas y apocalípticas, que revisten el qué se dice y se hace y el cómo se dice y se hace suelen estar producidas con la intención a priori de impresionar a los receptores. Los tremendistas quieren influir en sus espectadores no delicada ni sutilmente, sino carismáticamente, por eso añaden a su comportamiento formas aparatosas y ostentosas de moverse, de mirar, de gesticular, de hablar, formas que si se tornan habituales en su comportamiento observable pasan a otra categoría: la de excéntricos. Éstos ya son tremendistas de tiempo completo, es decir, actúan constantemente robando cámara, sabiendo que son tenidos como “especiales”, cosa de la cual suelen ufanarse íntimamente, y quererse mucho. Algunos llegan a sentirse como el equivalente de una marca de ropa fina y piensan que los demás los ven de ese modo, es decir, que quieren vestirse en ellos. Los que llegan a este grado se vuelven “exquisitos”, exigentes al máximo, no hay nada que les venga bien, necesitan siempre dejar su impronta, su punto de vista, que inexorablemente habrá de ser distinto al de los demás.
Generalmente, esa necesidad de estar en foco resulta insoportable para los circunstanciales espectadores, más aún para quienes están obligados a serlo por razones de cualquier tipo. Es que el tremendista irrumpe intempestivamente en cualquier interacción o comunicación desplazándola o interrumpiéndola ya que su guión ocupa toda la escena imponiéndose por la fuerza. Esa fuerza proviene generalmente del estallido emocional, del grito, de una actitud amenazante, de una violencia ostensible, de una discordancia insufrible para el resto.
El tremendista clausura los diálogos y convierte a las interacciones en monólogos autoritarios que terminan siendo rechazados explícita o implícitamente por los presentes involucrados, sobre todo cuando interpretan que existe allí un exceso de dramatismo innecesario o digno de mejor causa. En cambio, cuando presienten que una reacción aun exagerada es genuina y no fingida tienden a ser comprensivos con la persona afectada.
Allí reside la diferencia entre tener ocasionalmente comportamientos tremendistas y ser un tremendista. En las motivaciones de las personas del primer caso sus desbordes, su vehemencia, sus exageraciones, suelen ser momentáneas, motivadas por hechos que los superan o que no saben cómo enfrentar y domeñar. Inclusive, pueden llegar a darse cuenta de que están derrapando y pueden llegar a pedir disculpas por un ex abrupto o un comportamiento indebido o vulgar.
Los del segundo tipo: los tremendistas stricto sensu, suelen ser fabuladores constantes que jamás retrocederán ni pedirán disculpas por nada ni ante nadie. Ellos actúan un guión que consideran como una suerte de traje de fina confección que es el que va con su personalidad. Obviamente, tienen una alta ponderación de si mismos que se traduce en un exagerado egocentrismo y narcisismo.
La televisión muestra a diario a jóvenes tremendistas con unos talentos actorales impresionantes. Imagínese entonces cuánto más abundantes serán los tremendistas de las universidades, de la calle, de los estadios de fútbol, y piénsese cuán desmoralizante será para estos angelitos el verse privados -discriminados sería más correcto- de aparecer ante las cámaras de televisión. Tomen nota los Mass Media, ¡pero pronto, antes de las elecciones por favor!
Es un dato evidente que existen más tremendistas juveniles que mayores. La vida enseña, generación tras generación, que la juventud se cura con los años, igual que las vanidades y las ansias de figuración a cualquier precio. De todos modos, creo que todos estarán de acuerdo con que no es obligatorio tener 18 años de edad y ser un pelotis bolis, como parecen creer tantos jóvenes actualmente.
Sin embargo, también existen tremendistas emblemáticos de mediana edad y hasta de edad provecta, algunos convertidos en personajes mediáticos que fungen de hombres temperamentales, quisquillosos, de pocas pulgas, de “hombres derechos” con los que no se juega, “que no son agua de tallarines”, que la van de apóstoles de la justicia social y que viven para los demás… Se ha puesto de moda llamarlos (y también autodesignarse) “luchadores sociales”, título con el que chapean exitosamente.
De éstos, muchos han logrado obtener retornos interesantes con sus comportamientos y reacciones tremendistas. Sin embargo, hay que reconocer que carecen de originalidad. Los guiones de tremendista son clonados en América latina con una estética fácilmente reconocible que si bien tiene elementos en común con los tremendistas de otros continentes donde la vida es más difícil para los pobres no poseen lo que esos pueblos lejanos si tienen desgraciadamente: me refiero al fundamentalismo.
Los nuestros no son fundamentalistas ni quieren parecerlo pues los fundamentalistas no pueden retroceder ni desdecirse… Como hijos putativos del populismo, nuestros tremendistas conocen y practican todas las leyes y tendencias de la mercadotecnia política, por lo cual también saben retroceder cuando es necesario y llamarse a sosiego. De ahí su creciente valorización como sector social al servicio de los gobernantes que supimos conseguir.
Como era de esperar, los tremendistas argentinos vienen recargados de arrogancia y petulancia, y si no vea usted su transfiguración en alguna asamblea estudiantil o popular en el momento de la declamación, fíjese cómo engolan la voz y como sus rostros se cubren de ese rictus setentista en las bocas y las miradas, en el instante supremo en que su oratoria se conecta con el cosmos.
¡Qué inmenso poder tuvieron aquellas fotografías de los muchachos de entonces! Conozco una diputada que cuando está en los palcos no mira a las cámaras ni a los fotógrafos sino un tanto más arriba, y de perfil, con el ceño adusto, como corresponde para que nadie ose pensar que tiene la más mínima porción de frivolidad femenina, ¡cosa imperdonable en una ex militante de los años ´70!, para dar así que está oteando el horizonte, quiero decir, el futuro, con preocupación pero con firme determinación porque ella es visionaria. Como esta chica daba tan hierática con las mandíbulas ferozmente apretadas a todos les cayó siempre antipática, pero como quería “repetir” el menú cuatrienal debió empezar a sonreír… ¡Y le fue muy bien! Anoten los asesores de imagen.
Los tremendistas políticos la juegan de profundos y de viscerales, es decir, de radicales, de revolucionarios, pero la juegan nomás, no son radicales ni revolucionarios ni lo quieren ser. Fíjese que los tremendistas no construyen, no reparan, no dan soluciones, no hacen, simplemente cacarean y hacen alharaca, claman a viva voz, dan alaridos por si y por los demás a quienes dicen representar y solidarizarse.
Y en esos momentos sagrados en que son poseídos por una santa indignación el país todo debe ser paralizado, pues toda indiferencia social será tomada por ellos como enemistad y provocación. Esos momentos, usted sabe, son fundamentales para su proyecto personal.
Y si usted es un gil, al verlos sobrecogidos de emociones convulsivas puede llegar a creer que está ante émulos de Jesucristo echando a los mercaderes del templo. Ellos interpretan, como cuarenta años atrás, que la acción directa debe reemplazar a la ley. Y así se empieza: primero por un rato, luego por un tiempo más largo… hasta donde se pueda.
Siempre me refiero a los nuestros. ¡Si los conoceremos usted y yo! Tragedia fue la de los ´70, la de los años de plomo. Esto de hoy es el grotesco y el absurdo juntos financiado por todos los contribuyentes.
Preguntará usted ¿qué es lo que financia la sociedad? Pues… remuneraciones, retornos, incentivos, estímulos, publicidad, contenciones, sueldos de planta, subsidios, planes, bonos, ayuda social, y también el suministro de los kits de tremendón: ¡el equipo, hombre!, el pasamontañas, la casaquita color naranja, el garrote, la tumbera…
Claro que cada tantos indios hay un porcentaje de caciques que se premian con cargos de representación en el Congreso y en las Legislaturas provinciales. No con cargos ejecutivos porque en éstos hay que trabajar. Y si no me cree eche una mirada sobre esos ámbitos.
Por último, ¿sabe por qué me la agarré con los tremendistas esta vez? Pues, para que en las próximas elecciones no se deje engañar por discursos de tremendistas ni vote tremendistas actuales ni ex tremendistas, que no sirven para nada. Eso sí, si comienza examinando los discursos y los oradores por sus estéticas no se olvide de continuar luego con sus éticas.
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en RazonEs de Ser