Hace más de veinte años, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince encontró en los bolsillos de su padre asesinado un poema desconocido atribuido a Jorge Luis Borges. A partir de entonces, se zambulló en una pesquisa que lo llevó de Francia hasta la Argentina para confirmar la autoría del mismo. "Nunca tuve dudas", asegura en esta entrevista.
"Esperé mucho tiempo. No sólo para escribir la historia sino para darme cuenta de que había una historia", dice ahora Abad. Hace dos años pudo escribir un libro sobre su padre, El olvido que seremos, lo tituló. "Hablo de la bondad de mi padre y de la maldad de los asesinos; el soneto todavía no me importaba", comenta Abad. Al final, hay una mención del poema. Tardó 20 años para escribir ese libro, acompasado por el dolor. Y durante esos 20 años no pasó nada.
Pero de repente, a la luz del éxito comercial de su obra, el poema se volvió polémica. Ganó una importancia repentina. "Muchos me acusaron. Decían que estaba tratando de unir mi nombre de enano a la figura gigantesca de Borges para vender", recuerda Abad. Entonces todo el mundo empezó a negar que el poema fuera de Borges.
Decían, sin vueltas, que Abad había inventado eso del poema en el bolsillo. "Pensé entonces que la belleza del poema debía ser rescatada, descubriendo a un autor distinto a Borges o confirmando que el poema era de él".
Abad decidió ir a fondo, fuera lo que fuera. Pero tenía varios problemas. El poema no aparece ni en la Obra Poética ni en las Obras Completas de Borges. Para colmo, perdió el papel que su padre había escrito de puño y letra. Pero ya estaba obsesionado, tenía que averiguar de quién era. Primero un poeta colombiano le dijo a Abad que ese poema había sido escrito después de la muerte de su padre. El soneto que Abad padre, defensor de los derechos humanos asesinado por los paramilitares, llevaba en su bolsillo, no había sido escrito. Toda una declaración.
El poeta colombiano no es otro que Harold Alvarado Tenorio. El publicó estos poemas en 1993. Lo hizo con errores de métrica, cambiando unas palabras y repitiendo otras. "Esto despistó a los expertos" que reafirmaron el plagio, detalla Abad. ¿Qué dice Tenorio? Al principio tenía varias versiones. "Me dijo que eran de él, luego que eran de Borges y que se los habían entregado a una amiga de él Nueva York", cuenta Abad, que lo entrevistó varias veces. ¿De dónde había sacado su padre entonces aquel poema, seis años antes de que los publicara Tenorio?
Enceguecido, Abad contrató a una estudiante para hurgar archivos y les escribió por e-mail a una decena de expertos en la obra de Borges. También le pidió a un amigo que auscultara a María Kodama. Mientras los académicos y la viuda de Borges certificaban el plagio, su asistente hacía la tarea. Entre otras cosas publicó un artículo en un periódico de Medellín, pidiendo datos del poema. Y dio resultado. Un día, en la librería de culto que Abad tiene en Medellín, apareció repentinamente una mujer, Tita Botero. Sabía de dónde había copiado su padre el poema.
Botero le entregó a Abad un recorte de la revista Semana, del 26 de mayo de 1987, con una nota de introducción, una foto de Borges en el centro y abajo dos sonetos, explicados así: "Acaba de aparecer en Argentina un 'librito', hecho a mano, de 300 copias para distribuir entre amigos. El cuaderno fue publicado por Ediciones Anónimas y en él hay cinco poemas de Jorge Luis Borges, inéditos todos y, posiblemente, los últimos que escribió en vida. Casi un año después de la muerte de Borges, se publica este cuaderno por un grupo de estudiantes de Mendoza, Argentina, que tienen toda la credibilidad y el respeto para obligarse a decir la verdad. Aquí reproducimos dos de esos cinco últimos poemas de Borges." Uno era el suyo.
Su asistente hizo el resto. Buceando en la memoria consiguió los archivos del programa de radio que Abad padre hacía semanalmente en Medellín. En uno de ellos, el doctor había leído el poema. Y tenían la grabación. Abad volvió a escuchar la voz de su padre después de 20 años y con semejante confirmación fue a buscar a Tenorio, quien reconoció que fue Jaime Correas, uno de los estudiantes mendocinos que mencionaba Semana, quien le había hecho llegar los sonetos. "Tal como los había publicado Correas, los poemas sí eran atribuibles a Borges, eran perfectos", recuerda Abad. Los errores eran de Tenorio.
Abad consiguió el e-mail de Correas, quien le confirmó todo. Una de las puertas de esta historia, se abría en Mendoza. Correas, le contó su historia y Abad encontró en Correas la historia que siempre buscó. Esto es lo que cuenta Correas:
"Los sonetos fueron dados en mano por Borges a Franca Beer, una italiana que vivió en Mendoza casada con Guillermo Roux. Ambos, junto al poeta galo Jean-Dominique Rey, fueron a visitar a Borges. Roux hizo unos dibujos de él mientras el francés lo entrevistaba. Al final de la entrevista, Rey le pidió a Borges unos poemas inéditos. Borges le dijo que se los daría al día siguiente, para lo cual Franca volvió sola al otro día. Borges le dijo que abriera un cajón y que sacara unos poemas que allí había. Ella los tomó, hicieron copias y se los dio. Franca conoce acá a un personaje adorable, que hoy está viejito, pero vivo, llamado Coco Romairone. El se los hizo llegar a uno de mis compañeros. Yo los estudié y publicamos cinco de los seis que llegaron. Pero hay más, Rey los tradujo al francés y los publicó con los dibujos de Roux en Francia en su revista".
Pocos meses después, Abad viajó a Mendoza. "Tenía que conocer a Jaime Correas y a Coco Romairone, para que me dijeran todo cara a cara", cuenta. Fue también a Buenos Aires a ver a Franca Beer y a Guillermo Roux, y a París a encontrarse con Dominique Rey, los otros protagonistas de esta historia. "Me parecía importante que todos los que estaban involucrados en esta trama me lo dijeran frente a frente", dice Abad. Pero con los años también entre ellos surgieron algunas contradicciones. Franca Beer dice que fue a ella a quien entregaron los poemas y Dominique dice que fue a él. "Yo creo que Borges se los dio a los dos", reparte Abad.
Hasta que no fue a Mendoza y recibió aquel cuadernillo editado por Correas, hasta que no fue a París y vio a Dominique Rey con sus poemas con correcciones a mano, hasta que en Buenos Aires con Franca Beer y Guillermo Roux hablaron sobre aquel dibujo, todo era un juego de copias y originales intrigante y curioso. Pero entonces Abad se convenció de que los poemas eran en verdad de Borges. ¿Falta que los lectores y expertos piensen lo mismo? "Si quieren, yo ya estoy tranquilo", responde Abad.
Con el círculo cerrado, durante dos años Abad y Correas se fueron contando cosas. Quisieron escribir la historia a cuatro manos, convertirla en un libro. Pero no salió. Entonces decidieron que cada uno hiciera el suyo. Abad llegó a las 100 páginas y claudicó. "Era muy largo, como es una historia sobre Borges, necesita la concisión que Borges practicaba", reflexiona. Correas sí lo hizo, y vino con el manuscrito a Colombia para que Abad le de el visto bueno. En eso están, cruzando historias, sin mezquindades.
Ahora ambos, con sus historias paralelas que se tocan en muchos puntos, fueron la sensación del Festival Malpensante que se hizo en Colombia. En una mesa de Bogotá se agradecen mutuamente. Acaban de contar la historia juntos, frente a un auditorio colmado, que los aplaudió a rabiar. "Me regalaron su historia", dice Abad sobre los mendocinos. "Nunca tuve dudas. Hace 20 años que se que esos poemas son de Borges", suma Correas.
Hasta esta aparición de Héctor, y de su padre asesinado con el poema en el bolsillo, los poemas estaban ahí, en un cuadernillo publicado hace 20 años.
Ahora hay en el aire un sinfín de historias para contar, y tantos más protagonistas. Lo dice Correas, la discusión va a existir siempre, porque el único que podría dirimirla sería Borges. Pero a ninguno de ellos parece importarle el veredicto, su historia está cerrada. Abad lo tiene claro: "Salí a buscar al autor de ese poema para atribuírselo, aunque el mismo poema diga: No soy el insensato que se aferra, al mágico sonido de su nombre".
Aqui. Hoy.
Texto del soneto atribuido a Borges que el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince encontró en el bolsillo de su padre asesinado.
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.
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