El intelectual y humanista Aníbal Fadlala ha escrito un libro que es como un bazar. En él, el lector hallará pensamientos con delicados rasgos de sabiduría, cientos de cartas dirigidas a los medios de prensa donde sienta su enérgico rechazo o aprobación en torno a determinadas notas y publicaciones, recuerdos de sus tiempos de bohemio, reclamos de plausible insistencia, por cierto, a los organismos del Estado, en busca del bien común de los paraguayos, y todo cuanto hace a la generosidad de un ser involucrado desde hace mucho tiempo, desde su puesto de director del Patronato de Leprosos del Paraguay, con los individuos afectados por el mal de Hansen.
Bien, el libro en cuestión lleva el título de ¡Vale la pena vivir! y lleva el sello de la editorial Arandurã.
Hombre inquieto y formulador de inquietudes al mismo tiempo, Aníbal Fadlala se inmiscuye en la realidad. Sostenido por un sentimiento de esperanza, por una capacidad crítica impermeable a las vacilaciones, y un carácter radical, que habla de dominio propio, hurga en la realidad diariamente, buscando respuestas prácticas para los problemas de la sociedad.
En la nota “Por el Paraguay”, el autor escribe lo siguiente: “En la actual coyuntura, hoy más que nunca conviene recordar aquella patriótica frase de John F. Kennedy: ‘No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país’. Recordé este dicho al leer en los diarios las declaraciones de dirigentes de los diferentes partidos políticos, que aún están defendiendo sus hegemonías por sobre los legítimos intereses de la Patria”.
¿Quién sino este artista, este ciudadano inmerso en la cotidianidad política y cultural, que va tomando el pulso de las publicaciones periodísticas, y de todo cuanto tenga connotación pública, habría de dirigir misivas, en el año 2005, al agregado cultural de la Embajada de Francia, al presidente de la Dinac, al administrador del Aeropuerto Internacional “Silvio Pettirossi”, al director de la revista Selecciones del Reader’s Digest, al director de la Alianza Francesa, buscando respuestas a la desaparición de una placa recordatoria en testimonio al aviador y escritor francés Antoine de Saint-Exupery?
Tome apunte, lector: el autor de El principito había cumplido trámites de correo entre la capital de la Argentina y Asunción en 1930.
Su numerosas cartas lo definen de cuerpo entero.
Él va, marcado siempre por un espíritu combativo, a las primeras, segundas y terceras instancias de las situaciones, tratando de generar conciencia, de hallar respuestas
De espíritu abierto a todas las ideas, en una ocasión participó de una sesión de espiritismo. ¿Cómo le habrá ido?
En la sección “Meditando sobre artistas, científicos y escritores”, puede leerse una carta de agradecimiento en nombre del Patronato de Leprosos del Paraguay, dirigida a Josefina Plá. La poetisa había hecho un libreto radioteatral, con el nombre de “El gato alcalde”. El aporte de una escritora de su talla habría de redundar en gran beneficio para los colonos de “Santa Isabel”, de Sapucai. Un detalle: la misiva fue escrita en el año 1950. Una verdadera reliquia, ¿no es así?
La lectura es amena y reveladora de anécdotas de todos los colores y densidades en numerosos pasajes.
Cuenta que a la casa de sus padres vino una noche, camuflado con vestimenta de mujer, Oscar Creydt, dirigente del Partido Comunista Paraguayo. Aquel portador de la mente más lúcida de nuestro pueblo, marxista, miembro de la fracción maoista del PCP, curtido en exilios y persecuciones, cayó como una aparición femenina en el hogar de Aníbal Fadlala. Ah..., cuántas locuras uno se ve obligado a hacer llevado por una pasión.
El destino de Fadlala estaba marcado por la insistencia. Enterado de que su amigo José Asunción Flores se hallaba ya en muy malas condiciones de salud por culpa del mal de Chagas, llamó, llamó, cuánto llamó a su puerta, sin que el creador de la guarania quisiera recibirlo. Tres meses después fallecería, en 1972. Acaso esa fue la única puerta contra la que él no pudo.
He aquí algunos de los pensamientos del autor:
Si a la gran mayoría de los seres humanos los llamáramos animales, estaríamos ofendiendo a todo el reino animal.
Los excesos cometidos contra tus semejantes son deudas contraídas contigo mismo.
Cristo vino una vez, podrá venir otra vez; mientras tanto, ¿qué haríamos con el que llevamos a cuestas?
La represión hacia uno mismo genera violencia.
Todo acto exento de honestidad es un acto terrorista.
Por Delfina Acosta
Desde Asunción del Paraguay
11 de Septiembre de 2011
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