En el prólogo del texto, escribe el maestro Luis Szarán: “No se encontrará, quizás en este libro, la erudición ni las formas complejas de Augusto Roa Bastos ni el deleite costumbrista de Gabriel Casaccia o la agudeza de la visión social alarmante comprometida de Rafael Barrett, pero sí se hallará, de manera plena y consistente, una ruptura de esquemas, prejuicios y ataduras, haciendo estallar hacia la liberación absoluta el más hondo dolor extraído de las profundidades de la experiencia humana”.
Estoy plenamente de acuerdo con las palabras del artista.
En la obra de Víctor Destéfano, periodista, investigador, escritor y músico, los lectores encontrarán una especie de informe sobre la desesperación con la que tuvo que convivir después de que su hija, Fiorella Destéfano Domínguez, encontró la muerte al arrojarse del último piso del edificio de la casa central del Citibank, el 23 de abril de 2004.
Lo suyo es el informe, repito, de un vía crucis, de búsquedas de respuestas ante dramáticas interrogantes, de dudas que hicieron tambalear en varias oportunidades su resistencia mental y física, de elaboraciones místicas que lo llevaron a acudir hasta una mujer que tenía el don de la profecía y de la clarividencia. Me estoy refiriendo a la Diosa Visionaria, con quien estableció comunicación mediante un amigo que le dio referencias de un Chamán Guayaki.
Destéfano nos cuenta que buscó ayuda en los Textos Sagrados. Recordó la predilección que su hija sentía por aquel esperanzador mensaje de Jesús de Nazaret, recogido en el Nuevo Testamento: “Les aseguro que si dos de ustedes se unen para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, Yo estoy presente en medio de ellos”. De hecho, repetía con Fiorella esta oración cientos de veces cada vez que el desasosiego se apoderaba de ella.
Hay algo en el libro que me llamó poderosamente la atención. El autor, en ferviente estado de investigación, se enteró de que había una carta escrita de puño y letra por un médico psiquiatra inglés que había revolucionado la siquiatría en las primeras décadas del siglo XX, con la técnica de la regresión. La carta en cuestión fue encontrada dentro de un ejemplar de la novela La Guerra y la Paz. El psiquiatra escribía pacientemente las confesiones de un paciente de siete años, que sufría de pesadillas y largas noches de insomnio. En vez de regresar durante las sesiones al útero materno, el infante “viajaba” al futuro y sabía lo que iría a ocurrir con sus padres y con él. Este pequeño, cuyos progenitores se habían separado, se arrojaría luego a las vías del tren cuando solamente contaba con diecinueve años.
Fiorella había enviado a su padre, a través de un correo electrónico, aquella inquietante historia, cuando llegó a cumplir la edad del suicida. ¿Era tal vez una señal de alerta?
Yo pregunto a muchos padres, que están casi siempre inmersos en su propio mundo y no “tienen tiempo” para analizar a conciencia la conducta de sus descendientes: ¿Hacen caso a algunas señales que ellos, apremiados por sus conflictos, quizás ya desesperados, intentan hacer llegar a quienes han decidido traerlos al mundo?
Vuelvo a preguntar: ¿Hacen caso?
El autor de este libro de carácter testimonial ya ha sufrido bastante.
Víctor Destéfano hizo cuanto estuvo a su alcance por acompañar a su hija cuando ella entraba en momentos de desesperación y los nubarrones crecían en tamaño sobre su cabeza.
Me siento vivamente impresionada por su sinceridad, su capacidad de llorar en público a través de este libro, su tenacidad para seguir buscando, a su manera, a su hija.
Se cierra la obra de la siguiente forma:
FIORELLA, MI HIJA ADORADA
Estaba convencido de que todas las conquistas que lograste y que ibas logrando en tu vida, tu título universitario, tu extraordinaria preparación para sobresalir como profesional en los importantes cargos laborales donde te desempeñaste, tu dedicación a las misiones universitarias, tu fe en Dios y en la humanidad, te habían dado alas de águila y no había padre más orgulloso que yo.
Te pido perdón por no haber podido escuchar tus desesperados gritos de soledad ni ver tus frágiles alas de mariposa que se hicieron pedazos, al igual que tu alma, cansada de tantas incomprensiones.
Jamás te podré olvidar.
Su padre publicó este obituario en el diario ABC Color de Asunción (Paraguay), al otro día de su fallecimiento.
Te pido perdón por no haber podido escuchar tus desesperados gritos de soledad ni ver tus frágiles alas de mariposa que se hicieron pedazos, al igual que tu alma, cansada de tantas incomprensiones.
Jamás te podré olvidar.
Su padre publicó este obituario en el diario ABC Color de Asunción (Paraguay), al otro día de su fallecimiento.
Delfina Acosta
30 de Octubre de 2011
30 de Octubre de 2011
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