El día que secuestraron a Borges

Esta historia es absolutamente verídica, aunque omitiré algunos nombres por razones personales, pero no los de todos los protagonistas que intervinieron, para asignarle no sólo veracidad sino también la cuota de sorpresa que espero alcanzar con ella.

Era 1966 y en los círculos culturales de la ciudad se había anunciado con gran solemnidad la presencia de Jorge Luis Borges en Junín. La cita era en los salones del Club Social, en donde ofrecería una conferencia sobre Leopoldo Lugones.


Aproximadamente a las 20, el salón mayor estaba colmado de público y el gran maestro estaba sentado en el medio de dos docentes del Instituto del Profesorado. Borges escuchaba distraídamente la presentación que se hacía de su persona y de su prolífera obra mientras aguardaba el momento de iniciar su disertación.

Confieso que la charla se prolongó por casi dos horas, pero casi nadie advirtió tal circunstancia, por la simple razón de que el escritor se de-senvolvía con su natural erudición y, además, esa noche hizo gala de una simpatía y un buen humor que hizo las delicias de los concurrentes.

Debo reconocer que a partir de esa conferencia me hice conocedor de Leopoldo Lugones y luego lector de su obra, poeta a quien continúo admirando después de tantos años y ello se lo debo a Borges y a la inteligencia de sus apreciaciones.

Cuando la disertación terminó, luego de evacuar algunas preguntas del público y después de que se retirara educadamente del lugar, Borges y su mujer comenzaron a bajar las escalinatas hacia el hall del club Social, cuando de pronto una mano me sujeta del brazo y me pregunta ansioso dónde había dejado mi auto.

-“Está en la puerta”, le contesté. “¿Lo necesitás?”.

Eran Juan Mazzadi y Rodolfo Portela, quienes tenían sujetado a Borges de un brazo y lo llevaban disimuladamente hacia la salida, mientras me indicaban que saliera junto con ellos.

De inmediato lo introdujeron en el asiento delantero, a su mujer en el trasero con “Bochita”, por entonces mi novia, y me indicaron imperativamente:

- “¡Vamos a ´Mi Refugio´ ... A lo de Berro!”

No podía dar crédito a lo que estaba sucediendo y pensé que en breves minutos estaríamos todos presos, pero sin dudar arranqué y me dirigí a “Mi Refugio", más conocido como el "Boliche de Berro".

Bajamos en una calle de tierra y entramos al lugar ante la sorpresa de los parroquianos. Alberto Berro nos atendió solícitamente, armó una mesa para nosotros y nos ofreció de beber. Borges, naturalmente y ante el estupor de los asistentes, pidió... ¡Un té!.

Demás está decir que fueron a solicitarle a una vecina que le hiciera uno, ya que en el lugar ese brebaje era desconocido. A los pocos minutos estaba complacido y mientras esperaba que se enfriara, trataba de adivinar dónde se encontraba.

“Juancito”, Rodolfo y unas profesoras cuyo nombre omito, ya que también concurrieron sorprendidas siguiéndonos y aún viven, le explicaron que se trataba de un típico lugar de tango, cuyos habitués solían improvisar, cantar o recitar y que se encontraba en el barrio más típico de la ciudad.

Juan le aclaró que era el barrio por excelencia de Junín, cargado de historias de cuchilleros, malevos y gente del tango. Era el barrio de Las Mo-rochas, con sus plazas, su alcantarilla, sus cortadas y sus poetas.

En un momento dado, uno de los asistentes, Félix Nasiff, pidió silencio y le recitó un poema de Celedonio Flores: "Porque canto así", inmortalizado años antes por Julio Sosa como introducción a la Cumparsita.

Todas las miradas se posaron en esos dos personajes: el recitador y el poeta. Este lo escuchaba fascinado y debo reconocer que Nasiff debe haber efectuado la mejor versión de su vida de un poema del Negro "Cele" y se le notaba emocionado ante semejante oyente: ¡Nada menos que Jorge Luis Borges!

En un momento dado llegó un grupo de personas que nos increparon por nuestro proceder y se lo llevaron a un club en donde habían preparado una recepción más acorde a la jerarquía del ilustre visitante, aunque bueno es dejar sen-tado que en ningún momento fue molestado por los clientes del lugar.

Más aún, estaban orgullosos de haber recibido semejante visita y nos agradecían haber tenido la delicadeza de llevarlo al barrio de sus amores y a un lugar tan pintoresco como "Mi Refugio".

Como no estábamos invitados a la culta recepción organizada por los cultos que habían preparado tan culta velada, nos quedamos con “Juancito”, “Bochita”, Rodolfo Portela y algunos amigos más en el lugar y lamentábamos no haber sacado unas fotos de lo que había sucedido.

Pero no fue así, porque uno de los concurrentes, fotógrafo él, inmortalizó la presencia de Borges en el lugar. También retrató cuando, ya entrada la noche, señalaba con su bastón el cartel indicador de la calle Coronel Borges de Junín, que fuera publicada en la revista local "Expresión", que dirigía precisamente Rodolfo Portela.

Dos domingos después se publicó en La Nación el poema que el poeta le dedicara a Junín, ese que titulara: Junín "Vuelvo a Junín, donde no estuve nunca a tu Junín, abuelo Borges....”

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Así vivimos esta historia. Así la recuerdo. Así conocimos a Jorge Luis Borges. Quizás alguien dude de la veracidad de estos hechos. No lo culpo, a mí también a veces se me ocurre que todo lo imaginé, si no fuera por una dedicatoria del gran maestro que “Bochita” guarda celosamente en un libro y que está fechada en 1966, en el mismo año en que se escribió el poema.
 Fuente:  http://www.diariodemocracia.com/diario/articulo.php?idNoticia=21741

2 comentarios:

Ruiz dijo...

Curiosa historia. Saludos.

Anónimo dijo...

Me encantó esta historia, y las fotos? Dan ganas de verlas.

Lo que no me gusta mucho es lo de Lugones.
Claire