Este encuentro aborda el mundo de Bioy desde su infancia hasta su relación con las mujeres. Uno de los últimos testimonios del autor.
Adolfo Bioy Casares murió hace varios años , luego de una serie de complicaciones producto de su avanzada edad. Frecuentando su imagen, dejándonos cautivar una y otra vez por sus libros, nos queda la sensación de que Bioy logra una vigencia permanente de la maquinaria Morel: fantasía, ficción e inmejorable literatura. Mientras esté dentro nuestro, Bioy logrará vencer al olvido y la muerte.
¿Cómo era Bioy Casares en su infancia y juventud?
Bueno, siendo un chico tenía un amigo imaginario y creía en eso hasta que alguien se burló de mi y lamentablemente murió, desapareció el amigo imaginario. Era seguramente un hijo muy unido a mis padres, cuando mis padres salían a la noche para ir al teatro yo me despertaba, y estaba atormentado, creía que no vendrían nunca más y paralelamente a esas cosas tenía casi un romance con una francesa que era mi gobernanta. Así es que, mi predilección por las mujeres parece que ya existía, ¿no? (ríe). ¡Cómo no! Es que Bioy siempre reconoció su fascinación por las mujeres. Ahondamos en eso:
¿Cómo se llevaba con ellas cuando empezó a escribir?
Cuando empecé a tener relaciones con ellas me iba muy mal. Por ejemplo, yo vivía en Avenida Quintana 174 y la casa de enfrente era un conventillo; ahí había unas chicas que las llamaban "las siete calzones". Eran siete hermanas y la más joven de ellas, un día, desde su ventana, me hizo así (llama con su dedo), y me indicó la esquina. Bueno, yo fui y ¡se aburrió tanto de mí la chica que desapareció! Yo la encontré después en Buenos Aires (duda). No, creo que las cosas fueron de otro modo: primero, siempre le rehuía y un día yo miro hacia la ventana de la casa de enfrente y veo un enorme automóvil, con un capó plateado enorme y un chofer, vestido de chofer, que tomaba del brazo a esta chica, la hacía entrar adelante y se iban. Se fue con ese chofer evidentemente. Después la encontré un día en la calle Lavalle; yo estaba mirando un cine y había una persona a mi lado y bueno, era ella. Me sentía felicísimo de haberla recuperado. Yo de muy chico manejaba automóvil porque parecía más grande de lo que era y mis padres me dejaron siempre que tuviera algún automóvil. Entonces subió en mi automóvil, la llevé hasta una galería de la calle Corrientes (en ese tiempo se podía circular por esa calle, por Lavalle) y la vi que se metía ahí y ahí desapareció de mi vida.
Cuando se hizo famoso, ¿Tuvo más suerte?
Si, yo creo que sobre todo me pasó esto: a mí no me gusta nada la tristeza, entonces traté por todos los medios de no ser cómplice de una situación en que después yo iba a sufrir. Me acuerdo, por ejemplo, que me enamoré de una de las treinta caras bonitas del porteño. Era Haydeé Bozán. La llamé por teléfono (era bastante audaz para esas cosas) y me citó a la salida de los artistas después de la sección vermouth que era a las seis y media de la tarde; a las ocho, ocho y media. Entonces yo fui, había una cantidad de hombres esperando bataclanas, yo me sentía muy importante de ser uno como ellos, ¿no? y cuando Haydeé Bozán apareció, me vio, yo vi en la cara de ella el disgusto, porque esperaba un hombre y se encontró con un chico vestido con los pantalones largos (en esa época los chicos usábamos pantalones cortos) del portero de casa, disfrazado de hombre. Bueno, la llevé hasta su casa, ahí me despedí, quedamos en que nos íbamos a ver seguido y , desde ese día, cada vez que yo llamaba, la señorita Haydeé no estaba en su casa, no estaba en el teatro. Hasta que un día tuve la suerte de que me atendiera ella, yo hablé con la boca abierta de tan emocionado que estaba, entonces me dijo: "vocaculice mi hijito, vocaculice". Ahí comprendí que se había acabado todo.
¿La soledad es sinónimo de tristeza?
No, no es sinónimo de tristeza, pero cuando la soledad es porque una mujer se ha aburrido, lo ha dejado, se parece un poco a la tristeza.
¿La pasión por las mujeres influyó en su literatura?
No pero estuvo siempre ahí. Siempre imaginé que el drama de la persona o la alegría era una mujer, por una mujer sufría, por una mujer era feliz, en fin...contaba mi historia fantástica y probablemente hay siempre un romance.
En sus libros el amor es una constante. Algún crítico dijo que se trataba de un ‘antídoto contra la muerte’ . ¿Es una persona romántica?
No tengo una conciencia muy clara de cómo son mis libros ni nada de eso. Cuando estoy escribiendo un libro pienso en él al máximo y trato de hacer todo lo mejor que puedo, pero después estoy en otro libro y ya me he olvidado de los anteriores. Cuando me preguntan cosas, convencida la persona que me interroga de que yo tengo que saber eso, paso una tremenda vergüenza porque no me acuerdo las cosas.
Bioy rehuye la pregunta, pero está bien: cómo pedirle a un Don Juan que revele sus sentimientos.
Mejor volvamos a la infancia. Usted dijo que era muy unido a sus padres. ¿Lo incentivaron a ser escritor?
De alguna manera sí. Yo abandoné Derecho y abandoné Filosofía y Letras, y mi madre tuvo un gran disgusto con eso, temiendo que me dedicara a la holgazanería. Pero también debo decirles que mi padre me ayudó siempre. Yo escribí mi primer libro que se llamaba Prólogo y mi padre me pagó la edición. Al poco tiempo después, un año, dos años después yo tenía otro libro de cuentos listo y deseaba publicarlo en una colección que se llamaba "Colección Cometa", de la editorial de un señor Torrendel. Figuraban libros de casi todos los escritores argentinos del momento, sobre todo los jóvenes, y no sabía cómo hacer. Comento esto con mi padre y mi padre me dijo: "no se porqué te estas ahogando en un vaso de agua, vélo a Torrendel, no es una mala persona, a lo mejor vos lo convencés de que te publique el libro". Y lo que yo tenía que hacer era convencerlo de que publicara el libro de un muchacho de 17 años, que ni siquiera quería dar su nombre, (tenía un seudónimo) así que, ya con mi nombre hubiera sido un desconocido y todavía era un desconocido de doble potencia porque iba a ir con un seudónimo. Hablé con Torrendel y lo encontré realmente muy accesible, dispuesto a todo y él mismo me dijo: "que le parece si lo publicamos en la Colección Cometa". Yo quedé impresionado de mis aptitudes de viajante de comercio y cuarenta años después comprendí que mi padre había hablado con él y le había dicho que iba a pagar el libro. Porque no hay explicación para que el señor Torrendel publicara ese libro. Además podía haberle parecido espléndido si lo hubiera leído o pésimo pero no lo había leído así que era un libro secreto. Lo aceptó encantado porque era muy comercial el señor Torrendel y mi padre le pagaba la edición.
Usted declaró que sus seis primeros libros no le gustaron. ¿Eso suele ocurrirle a muchos escritores o fue producto de una autocrítica exagerada ?
No. Hay algunos que conozco yo que están bastante contentos con lo que hicieron pero creo que nadie escribió seis libros tan malos como los que yo escribí. Fueron pésimos. Cuando me preguntan si estoy seguro yo digo: "mire, si me pide mucho le doy cualquiera de esos libros y me va a dar la razón".
El tiempo pasó y llegaron sus grandes obras y la obtención del Premio Cervantes. ¿Se siente reconocido por la gente?
Sí, cómo no. Me parece que la gente es demasiado buena conmigo. El premio Cervantes me cambió la vida, porque la gente me paraba por la calle, si me tomaba del brazo me lo retenía. Bueno, en el sentido como si hubieran compartido la alegría de sacar ese premio conmigo. Como si ellos también lo hubieran sacado.
¿Cómo vivió el paso de ser un escritor de minorías a ser popular?
No creo que mi conducta haya cambiado en nada. He recibido más el afecto de la gente que antes y nada más. Tal ves es una situación más peligrosa porque se podrían enojar más pronto conmigo de lo que se hubieran enojado cuando era totalmente indiferente, qué se yo.
El tiempo se acaba. La invención de Morel comienza a borronearnos la imagen de Bioy, haciendo que sus palabras se hagan apenas perceptibles. Solo nos queda preguntar por el futuro. Quién mejor que él para imaginarnos.
¿Qué proyección hace sobre el futuro de nuestro país?
Yo pienso que la Argentina políticamente siempre ha sido un desastre, que se van a hacer cosas mal, que se van a perder oportunidades y todo; pero creo y espero que de todos modos no sea una cosa muy estúpida de patriotismo sonso. Creo que en el fondo la gente tiene algún buen sentido, que el país produce gente inteligente, que ha tenido suerte y espero que tenga suerte.
¿Qué opinión tiene de la tendencia que existe actualmente, de leer a través de imágenes, desplazando el texto?
Tengo la esperanza de que no se abandone la lectura y pienso que siempre, para leer, hay que vencer dificultades. Una persona que está hablando con sus amigos y quiere leer debe irse a un rincón y leer, a veces forzar la vista, en fin. Sin embargo, el hábito de la lectura ha seguido a los hombres y los libros existen. Espero que siga así. Sino que se vaya al diablo todo, ¡qué vamos a hacer!
Morel apaga la máquina. Faustine ya desapareció entre las sombras y Bioy apenas se dibuja en su traje de gala. Dos últimas preguntas. Solo para saber que no han quedado cuentas pendientes.
¿Qué le dio el libro como objeto?
Bueno, la sensación que vivo desde hace mucho tiempo. Le debo a ese objeto casi la felicidad, porque he tenido una vida con todas las tristezas de cualquier vida, pero he sido feliz. ¿Por qué he sido feliz? Por los libros.
¿A qué le tiene miedo?
(Piensa, sus ojos se humedecen en una última mirada de reflexión)...le tendría miedo a tener una última enfermedad muy desagradable y luchar contra la muerte y que la muerte me vaya venciendo. No me gusta nada la idea de morir. Si pudiera vivir quinientos años aceptaría y pediría: "¿no puede darme unos más?".
Entonces desaparece. La máquina de Morel se apaga y Bioy solo queda en el recuerdo, en las páginas de Dormir al sol, El héroe de las mujeres, o Plan de evasión. Allí vivirá sus quinientos años, allí alcanzará la inmortalidad que tanto deseaba.
Nota del autor:
Año 1997. Un grupo de entusiastas estudiantes de Comunciación Social de la Universidad CAECE comienzan a proyectar una revista cultural, donde lo académico y lo popular se unieran a través de un puente que acercara aquel mundo a este otro. Nació entonces Paréntesis (la lectura entre líneas). Su número presentación abordaba en ocho páginas el problema de la comunicación en los jóvenes, una pequeña historia del cine negro, algunas consideraciones sobre Astor Piazzolla, y una entrevista a Adolfo Bioy Casares. Amable, siempre atento, Bioy no había tenido problemas en aceptar la entrevista al primer llamado. Era un sábado a la mañana y una de sus mujeres nos atendió en la puerta de entrada. Recorrimos un inmenso pasillo recubierto de libros, una suerte de biblioteca infinita como la que Borges había soñado, pasamos junto al piano que en otros tiempos tocaba su hija, y finalmente llegamos a la habitación. Allí estaba Bioy, sentado en una silla tras una mesa donde descansaban una decena de libros. Se lo veía cansado, visiblemente enfermo. Nos tendió la mano y sonrió levemente. Su cama a la izquierda, algunas cajas de medicamentos sobre la cómoda, algunos dibujos de Silvina Ocampo en la pared, la ventana trayendo la luz de la mañana. Nos sentamos en medio de un silencio absoluto. Pero no pudimos contener nuestra euforia. Lanzamos, abruptos, casi herejes, la primer pregunta. Entonces su voz apenas se escuchó, y de sus labios brotaron palabras y recuerdos que nos enmudecieron, que nos provocó el silencio y el oído atento, la admiración y las ganas de abrazarlo y agradecerle tanta generosidad, mientras pensábamos que pronto se iría, que a partir de ese día aprenderíamos a extrañarlo
Fuente: Entrevista a Bioy Casares Por Enzo Maqueira
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