Cuando Jorge Luis Borges tenía poco más de veinte años admitió, con serena resignación, que la literatura consistía, esencialmente, en ordenar palabras a lo largo de una línea. Vistas las cosas de ese modo, entendió, además, que las posibilidades de verdadera renovación eran escasas en un arte tan antiguo y, a la vez, tan limitado, ya que su único medio de realización son las palabras. A partir de entonces escribió y publicó poemas, ensayos, cuentos, reseñas bibliográficas, prólogos, biografías, artículos y, en general, cualquier tipo de texto que pudiera caber en una extensión reducida. Entre esa producción variada, dispersa y caótica a lo largo de más de sesenta años sobresalen dos volúmenes de cuentos, Ficciones (1944) y El Aleph (1949), que han adquirido el prestigio de clásicos de la literatura del siglo XX.
Publicado hace ya sesenta años, El Aleph es una colección de diecisiete relatos de distinta extensión, aunque todos son breves y, en varios casos, no superan las tres páginas. Borges, que nunca escribió novelas- aunque admiraba a Franz Kafka, William Faulkner y Virginia Woolf, autores a los que tradujo- concibió la literatura como un arte donde la mayor intensidad se alcanza con la menor cantidad posible de recursos. Fiel a este principio desde su juventud, su escritura se caracteriza por recurrir a un escaso número de procedimientos que, en conjunto, provocan sentimientos de extrañeza y perturbación en los lectores. Sus relatos, en la gran mayoría, pertenecen al género fantástico o al menos participan de una atmósfera de irrealidad, pero que en lugar de apartarse del mundo- como ocurre con los cuentos de Poe, por ejemplo, o en las fantasías futurísticas de ciencia ficción- lo presentan de un modo en que nada se parece tanto a las pesadillas como la vida cotidiana.
En este sentido, El Aleph, esa " pequeña esfera tornasolada" de apenas "dos o tres centímetros" de diámetro, y cuyo nombre es " la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada", es metáfora de toda la obra de Borges porque en ese minúsculo objeto fantástico se concentra "el espacio cósmico" completo " sin disminución de tamaño". Todo está ahí y visto " desde todos los puntos del universo": "cada letra de cada página" de cada libro, "racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua", "desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena", "un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin", " las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernadero", " tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos", "todas las hormigas que hay en la tierra", "el engranaje del amor y la modificación de la muerte", lo que ha existido y lo que existe, la cara y las vísceras del propio Borges, la tierra "y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra". La visión simultánea del " inconcebible universo".
Según el orden que Borges propuso al lector, "El inmortal" es el primero y también el más extenso de los relatos del libro, y basta con leer su primera página para encontrar allí reunidos el estilo, las ideas y los procedimientos narrativos que recorrerán toda la colección.
Un epígrafe en inglés encabeza el relato advirtiendo que no hay nada nuevo en la tierra y en aquello que se toma por verdadero conocimiento no es otra cosa que remembranzas, recuerdo de cosas ya sabidas y olvidadas. Luego, como en otros textos de Borges- "El hombre en el umbral, por ejemplo, también incluido en el libro- una breve introducción hace marco para la traducción literal de un manuscrito hallado entre las páginas de una viejísima edición de la Ilíada. Este procedimiento de presentar un relato como la copia de otro anterior es característico de la obra de Borges y tanto resulta una crítica al culto moderno de la originalidad como expresa la concepción de que vivimos en un mundo de lenguaje, de símbolos, tan incierto como la materia de los sueños y más allá del cual todo es hipotético, improbable y acaso inexistente.
Más adelante, al comienzo mismo de la transcripción del manuscrito, un segundo narrador se presenta como un remoto soldado del imperio romano que, para vengar sus fracasos en el campo de batalla, se arroja "a descubrir, por temerosos y difusos caminos, la secreta Ciudad de los Inmortales", de la que al fin saldrá con el privilegio inhumano de atravesar los siglos y, a la vez, el paradójico deseo de volver a ser mortal y parecerse al resto de los hombres, lo que finalmente conseguirá " el 4 de octubre de 1921".
El tema del cuento-" el efecto que la inmortalidad causaría en los hombres"- está desarrollado en poco más de diez páginas y recuerda largamente a Orlando, novela que Virginia Woolf publicó en 1928 y Borges tradujo al español unos años después, donde la narración de una historia equivalente ocupa más de doscientas páginas.
Si se toma, por ejemplo, la frase " temerosos y difusos desiertos" se puede percibir que su rareza deriva de que en ella aparecen unidos dos adjetivos que refieren a distintos sustantivos. Los desiertos son "difusos", es cierto, borrosos por el efecto de la luz del sol y porque en ellos no hay caminos que indiquen el rumbo al viajero. Sin embargo, el adjetivo " temeroso", aunque está aplicado al desierto, no s refiere él sino al hombre que debe atravesarlo. Una rareza parecida, también en la primera página del libro, aparece en la frase " rasgo singularmente vagos", porque la vaguedad de un rostro se contradice con el hecho de que nos resulte singular. Ya en términos generales resulta sorprendente que el argumento del cuento persuada al lector de que aquello con lo que sueñan casi todos los seres humanos- volverse inmortales, vencer los límites del tiempo- sería, en el caso de cumplirse- la más atroz de las pesadillas.
"El Inmortal" deja ver las claves de todos los relatos y, en ese sentido, Borges lo ubica en primer lugar para ofrecer a los lectores una llave maestra para entrar en el libro. Si bien es cierto que todos los escritores tienen cuidado al ordenar un volumen de cuentos, en el caso de Borges ese oren se vuelve particularmente significativo. No es casual, entonces, que el relato que sigue a "El Inmortal" se titule "El muerto". Este segundo cuento es claramente diferente del primero y narra la historia de un hombre ambicioso y valiente que "murió en su ley, de un balazo". Otra vez el lector encontrará aquí, sin embargo, las mismas rarezas de estilo en frases como "puñalada feliz", "fría curiosidad", " alcohol pendenciero", "la travesía es tormentosa y crujiente".
De todos modos, y aunque Borges ordenó sus cuentos con cuidado, las innumerables referencias a hechos, libros y personajes que aparecen en "El inmortal" pueden desconcertar a lectores que acaben de iniciarse en la lectura de Borges y aún no saben que uno de sus juegos predilectos es mezclar, sin aviso, lo verdadero con lo falso, lo racional con lo fantástico, lo verdadero con lo apócrifo. Para los lectores más jóvenes puede resultar conveniente probar con índices alternativos donde el primer cuento del libro sea el último en la lectura. Las alternativas para mezclar las lecturas son tantas como sus posibles lectores. Hay relatos que resultan variaciones de un mismo tema-" La casa de Asterión", " Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto" y "Los dos reyes y los dos laberintos", por ejemplo-. En otros, una realidad tosca y previsible es trastornada por la presencia de un objeto mágico- como en "El Zahir" y "El Aleph"-. Algunos cuentos tienen una estructura cercana al género policial- "Emma Zunz" y "El hombre en el umbral"-. Otros son especulaciones fantásticas aplicadas a problemas teológicos- "La busca de Aberroes", "La escritura de Dios"- o morales- "Deutches Requiem", "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz"-.
Todos estos recorridos, alternativos a los que propone el libro, son muestras de diversidad de temas y argumentos. Sin embargo, por otro lado, el hecho de que cada cuento facilite la lectura de los restantes es prueba de que los procedimientos de escritura se mantienen constantes y el lector se "borgeniza" a medida que recorre el libro. En consecuencia no es absurdo afirmar que la literatura de Borges es, a la vez, múltiple y monótona. Borges, por haber nacido en un país muy joven cuando culminaba el siglo XIX, convirtió esa relativa "carencia cultural" en la mayor de las virtudes y, utilizando con un desparpajo juvenil todas las tradiciones a su alcance- altas y populares, escritas y orales, cultas y bárbaras, occidentales y orientales; la cristiana, la judía y la musulmana- ha devenido en autor central del siglo XX. Borges es hoy maestro de escritores, guía de lectores de todo el planeta y objeto de estudio para críticos e investigadores que han elevado su obra a la categoría de clásico.
En cierta oportunidad, para alentar a la lectura de la Divina Comedia, el poema que juzgaba como el más alto de la historia de la literatura, Borges escribió: "Quiero solamente insistir sobre el hecho de que nadie tiene derecho a privarse de esa felicidad, la Comedia, de leerla de un modo ingenuo. Después vendrán los comentarios, el deseo de saber qué significa cada alusión mitológica, ver cómo Dante tomó un par de versos de Virgilio y acaso lo mejoró traduciéndolo. Al principio debemos leer el libro con fe de niño, abandonarnos a él; después nos acompañará hasta el fin".
Es malintencionado pensar que, en verdad, Borges se estaba refiriendo al mismo tiempo al poema de Dante Alighieri y a su propia obra. Sin embargo, sobre su literatura pesa, igual que sobre Dante, el prejuicio de que se trata de una obra para expertos o para lectores capaces de desentrañar un bosque de referencias cultas y elitistas. Por eso, cabe para la literatura de "El Aleph" la misma recomendación que él hacía con respecto de la Divina Comedia, es decir, la de leer los cuentos con fe de niño y no privarse de la felicidad que ofrece a quien se abandona a ellos.
"El Aleph" comparte un don con otros pocos libros; su valor y su belleza crecen a medida que crecen sus lectores.
****"El Inmortal" deja ver las claves de todos los relatos y, en ese sentido, Borges lo ubica en primer lugar para ofrecer a los lectores una llave maestra para entrar en el libro
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