Cualquier imagen de Adolfo Bioy Casares sería incompleta si, además del forjador de tramas perfectas y del irónico narrador de desencuentros amorosos, no incluyera al testigo atento e implacable que, en silencio y durante más de cincuenta años, registró cuidadosamente su vida y sus opiniones en un imponente Diario de casi 20.000 páginas.
Aunque bastarían las referencias literarias para convertir esta obra en una de las mayores no sólo de su autor, sino también del género, el vasto conjunto registra igualmente cada uno de los aspectos cotidianos de una vida social rica en matices y protagonistas. Dentro de ese orbe diverso y casi inclasificable, los cuadernos que Bioy decidió reunir poco antes de su muerte bajo el título común de Descanso de caminantes destacan con nitidez por su asunto y por su estilo: en ellos impera la evocación, a menudo crítica, de la propia conducta, a la luz de una escéptica coherencia que -más allá de la creciente preocupación por los síntomas de la decadencia física- nunca cede a la melancolía. Generosamente misceláneos, incluyen desde reflexiones, anécdotas y conversaciones hasta sueños, confesiones y proyectos para cuentos.
Ajeno a todas las supersticiones, como gustaba definirlo Borges, Bioy -observador privilegiado y de extraordinaria lucidez- nos entrega para nuestra felicidad un testimonio generosamente despiadado de sí mismo y de sus contemporáneos, en el que confluyen la vida y la experiencia literaria. Los años del Proceso, las amantes, los amigos, las charlas, los libros, los premios, Sábato, Mujica Laínez, Martínez Estrada, Perón, Arlt, Bianco, Cortázar, Victoria Ocampo, Silvina y el propio Bioy están presente en este libro único en la literatura argentina y que hasta ahora, fuera de modestas vislumbres, había constituido uno de sus secretos mejor guardados
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