¿Fluye en el cielo el Rhin? ¿Hay una forma
universal del Rhin, un arquetipo,
que invulnerable a ese otro Rhin, el tiempo,
dura y perdura en un eterno Ahora
y es raíz de aquel Rhin, que en Alemania
sigue su curso mientras dicto el verso?
Asilo conjeturaron los platónicos;
así no lo aprobó Guillermo de Occam.
Dijo que Rhin (cuya etimología
es riñan o correr) no es otra cosa
que un arbitrario apodo que los hombres
dan a la fuga secular del agua ;
desde los hielos a la arena última.
Bien puede ser. Que lo decidan otros.
¿Seré apenas, repito, aquella serie
de blancos días y de negras noches
que amaron, que cantaron, que leyeron
y padecieron miedo y esperanza
o también habrá otro, el yo secreto
cuya ilusoria imagen, hoy borrada
he interrogado en el ansioso espejo?
Quizá del otro lado de la muerte
sabré si he sido una palabra o alguien. [9]
Reitero que dichas afirmaciones admiten pluralidad de lecturas. Por ejemplo una puramente retórica, según la cual se trataría de una salida ingeniosa, como ya señalábamos antes. Yo opto, sin embargo, por una lectura más seria, que encuentra en Borges rastros de platonismo.
Platón afirmó en el Teeteto que el mundo es metáfora, mimesis, imitación de lo real. Lo verdadero, lo "realmente real" —encantadora reduplicación en lengua griega— son las ideas. El mundo visible es un espejismo. Nuestro entorno es un pálido e imperfecto reflejo de la auténtica realidad: apostamos equivocadamente por la materia, pues lo auténtico es el cielo empíreo. La realidad es intangible; somos presas de la ilusión. La suerte del alma es dramática: cabalga entre estos dos mundos. En estricto sentido pertenece al otro —al de las ideas— pero su condición es la de un reo. La materia la aherroja con la cárcel del cuerpo, pero también con los grilletes de las falsas opiniones y el cepo de los engaños. El mundo material aprisiona con cadenas de realidad alucinada.
El cristianismo entiende perfectamente a Platón. Para el cristiano, la criatura es precisamente eso, un ser cuya esencia es el no ser, o mejor dicho, cuya esencia es el ser recibido. Sólo Dios es por sí mismo; la naturaleza no es por derecho propio (y el hombre junto con ella, por lo que el cristianismo es más radical que Platón). Todo su ser depende del anclaje en Dios. La condición criatural es indigente, la existencia misma es prestada. [10] Si Dios dejase de pensar un instante en las criaturas, el mundo se aniquilaría. Por eso, el cristiano lucha continuamente para no otorgar al mundo un estatuto propio en detrimento de Dios. La creación es terriblemente engañosa. La grandeza del mundo consiste sólo en remitirnos a Dios. Cierto aristotelismo cristiano ha insistido excesivamente en la consistencia del mundo haciendo popular entre no pocos católicos la equivocada idea de que el mundo es algo sólido, una realidad cuya esencia no es el desvanecerse. No es casualidad que Aristóteles haya sido visto con tanta prevención por los agustinianos del medievo, ni tampoco es casualidad que la poesía mística haya utilizado metáforas verdaderamente fuertes para negar el mundo. El cristianismo se percató del riesgo que entrañaba la doctrina aristotélica, doctrina devota de la realidad última del mundo. Frente a esta absolutización del mundo, los teólogos medievales (incluido el mismo Tomás de Aquino) se dieron a la tarea de minimizar el aristotelismo, desbastando la consistencia de las substancias aristotélicas a fuerza de incorporarles un ser participado.
En honor a la verdad, es san Agustín quien desmantela el mundo apelando precisamente a su condición temporal. En los conocidos capítulos de Las confesiones, pasajes recurrentes en la obra de Borges, Agustín de Hipona reduce el tiempo y los sucesos prácticamente a la nada. El pasado no es, el futuro todavía no existe y el presente es un continuo deshacerse, de suerte que "el ahora" ya es pasado: no se ha terminado de enunciar cuando ya ha dejado de ser. San Agustín desarticula la soberbia ontológica del mundo. Si el mundo es fluir, si es tiempo, entonces no es algo, sino puro dejar de ser (un capítulo más de la discusión entre Heráclito y Parménides):
Pero aquellos dos tiempos que he nombrado, pasado y futuro, ¿de qué modo son o existen, si el pasado ya no es, y el futuro no existe todavía? Y en cuanto al tiempo presente, es cierto que si siempre fuera presente y no se mudara ni se fuera a ser pasado, ya no sería tiempo, sino eternidad. Luego si el tiempo presente, para que sea tiempo, es preciso que deje de ser presente y se convierta en pasado ¿cómo decimos que el presente existe y tiene ser, supuesto que su ser estriba en que dejará de ser, pues no podemos decir con verdad que el presente es tiempo, sino en cuanto camina a dejar de ser? [11]
El poema "Todos los ayeres, un sueño" [12] puede leerse cómo exquisito comentario del pasaje agustiniano.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario