Una mitología ensangrentada
que ahora es el ayer. La sabia historia
de las aulas no es menos ilusoria
que esa mitología de la nada.
El pasado es arcilla que el presente
labra a su antojo. Interminablemente.
En el cristianismo, el tiempo es la manera de ser del mundo. La condición de la criatura es esencialmente temporal, no así Dios. El tiempo es la manera que las criaturas tienen de verse a sí mismas pero no es el modo en que Dios las ve. Él no contempla a las criaturas temporalmente. El presente indivisible es la manera como Dios conoce el mundo y por tanto —en buena teología— es el único punto de vista radical. La eternidad de Dios no es una distensión temporal ("una sucesión temporal infinita", como diría Wittgenstein); es la posesión simultánea de pasado, presente y futuro al mismo tiempo.14 El punto de vista de Dios es un eterno aleph: ahí está todo, simultáneo, sin confusión. En consecuencia, lo verdaderamente real, lo relevante, no es nuestra consideración temporal del mundo, sino la visión de Dios en presente.
El mundo cristiano puede entenderse como una especie de obra de teatro, donde los hombres representamos ante Dios un papel. Somos actores escenificando un drama o una comedia; suponemos que la división en actos es absolutamente real; creemos que estamos improvisando y pocas veces entendemos la trama, incluso pensamos a veces que no hay tal, como los actores de Ionesco. Pero el Espectador Supremo ve la pieza como un todo. Él conoce todos los actos, todas las escenas, cada uno de los parlamentos. Para Dios el desenlace está en el primer (y único) acto.
Borges intuye esto a través de una experiencia estética, el llamado "presentismo": sólo existe el instante presente.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
Otro Cielo no esperes, ni otro Infierno. [14]
El tiempo se homogeniza. [15] Si únicamente existe el instante no hay distensión, no hay ayer ni mañana, sino ahora. El nunc campea. Estamos cerca del Aleph. El presentismo cristiano y el presentismo de Borges no son tan distantes como parece. Escribe san Agustín es cierto que en cualquier parte que tengan ser, estén o existan, las cosas que de cualquier modo son, están o existen, no están allí ni existen sino presentes. [16]
Borges afirma por su parte:
El tiempo, si podemos intuir esa identidad, es una delusión: la indiferencia e inseparabilidad de un momento de su aparente ayer y otro de su aparente hoy, bastan para desintegrarlo. [17]
La diferencia entre Borges y el cristianismo radica en que para este último sí existe una vista suprema que contempla hoy el mundo. Existe un espectador que al mismo tiempo mantiene a los actores en escena, sostiene la tramoya y escribe el guión. El mundo es una ficción con sentido, no teatro absurdo, con la salvedad de que este Empresario-Autor-Productor se da el lujo de hacer creer a los actores que todo ocurre por partes. En cambio, Borges no encuentra un espectador garante de la representación. Se ha percatado de la función, y no existen espectadores eximidos de la temporalidad. La obra es instantánea al igual que en Macbeth, "una historia que cuenta un triste idiota, y no vuelve a oírsele jamás".
El presentismo de Borges adquiere tintes panteístas. Es un intento por hallar un espectador metafísico. El presentismo exige un yo, pero tal "yo" termina siendo un engendro kantiano, una especie de entidad etérea que posibilita toda representación temporal. Borges unifica en un presente homogéneo la ficción del fluir. Desafortunadamente esta unificación, bien lo sabe, sólo puede darse gracias aun suprasujeto, que tampoco se distingue por completo del mismo fluir
Somos el tiempo. Somos la famosa
parábola de Heráclito el Oscuro.
Somos el agua, no el diamante duro,
la que se pierde, no la que reposa.
Somos el río y somos aquel griego
que se mira en el río. Su reflejo
cambia en el agua del cambiante espejo,
en el cristal que cambia como el fuego.
Somos el vano río prefijado,
rumbo a su mar. La sombra lo ha cercado.
Todo nos dijo adiós, todo se aleja.
La memoria no acuña su moneda.
Y sin embargo hay algo que se queda
y sin embargo hay algo que se queja. [18]
Borges está a punto de dar el paso al panteísmo, y en el último momento se retrae. Se impone la propia experiencia, la vida cotidiana y vulgar, la mundanidad coloquial donde Borges no es un yo absoluto. Borges es un Borges cuya esencia es el perpetuo cambio, un individuo en camino a la aniquilación. La voz le falla; titubea. Ser pura temporalidad le asusta, como a todos nosotros; ser ese presente irrompible le rebasa, como a todos nosotros. También Borges tiene miedo; el sentido común parece imponerse
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